XXXIV - El jardín de flores marchitas

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Cholo Sol. Cholo Sol porque no tuvo tiempo de poder cambiarse de ropa y sigue con los calcetines sobre el pantalón. La playera enorme no le molesta, pero cada cinco segundos se lleva las manos al pantalón para subírselo. (También puede ser que no haya querido cambiarse). Mientras va descalza, está intentando convencer al muchacho del vivero que me deje morir en este lugar. 

Yo solo dije flores. 

Ella no tenía la intención de cruzarse con personas. No, ella entró a la fuerza por la reja trasera. Hizo que Jean Leup sacara los planos del vivero y que condujera hasta un lugar remoto para que no pudieran localizar el automóvil. Me obligó a caminar entre un baldío lleno de plantas con espinas. No le bastó eso, también me aventó hacia los costales de piedras decorativas diciendo que eran de arena y que «suavizarían el golpe».

No sé qué intentaba Sol. Ni qué pensaba. No sé si no se le pasó por la cabeza a ella o a Jean Leup que los viveros abrían temprano. La cosa es que aquí hay un güey intentando comprender la historia de Sol. La cual no tiene ni pies ni cabeza. Empezó diciendo que ella creía que las brujas eran cosa de cuentos. ¡¿Eso en qué ayuda a comprender el punto?! 

—¿Verdad, Rob? —Duda—. ¿Donas?

—Ajá.

No tengo ni la menor idea de en qué parte de la historia se quedó. 

—Bueno, también está eso. Fíjate que yo le había puesto Rob porque los muertos cuando los dejan pues se quedan sin nombre que puedan decir y yo... 

¿Dónde demonios planea enterrarme? Aquí abajo de las macetitas de plástico solo hay concreto. Y donde no hay concreto, hay tierra con piedritas.

Con total sinceridad, lo que menos me preocupa es saber dónde voy a caer enterrado. Ya pasé esa fase de preocupación. De quien no estoy seguro es del muchacho. Está demasiado sereno. Es de esos de cara tierna y tranquila. Se ve como de esas personas a las que solo quieres abrazar, pero hay algo extraño con la mueca escondida que no ha dejado sus labios desde que Sol se presentó. Tiene la vibra como la de Rafael, incluso un poco más oscura.

No. Quizá estoy exagerando. El agradable joven también pertenece al grupo de los chongos en la cabeza mal acomodados, aunque definitivamente a él le sienta muy bien el estilo. O puede que solo sea que se sabe vestir, o que le queden bien las playeras de manga larga oscuras con cuello de tortuga. Puede que esté ocultando algo, cuando la gente oculta cosas a veces se queda callada como él...

Creo que no debería mirarlo por tanto tiempo. 

Sol se ha quedado callada repentinamente a media conversación entre los cáctuses bebés que son albergados en pequeñas latas de refrescos. Diversos, con flores y sin flores. ¿Hay personas que coleccionen latitas con cáctuses? ¿Cómo hacen para poner el cactus ahí? ¿Cómo es que no crece más? ¿Los cáctuses tienen distintos tamaños o todos están destinados a crecer como los árboles? ¿La latita impide su crecimiento? 

—No te los vayas a comer. —Me pide ella.

Con total indignación me alejo un par de pasos de ellos y me siento en la pequeña banca metálica que está enfrente de las mangueras. Cruzo los brazos y dejo de observar a Sol y al joven. Ni siquiera estaba pensando en agarrar nada. 

Ojalá no le den permiso para que me dejen morir aquí.  

¿Quién demonios daría permiso para que se muriera en su propiedad? Nadie quiere pensar en muertos mientras está en su casa. No es agradable. Se llena la casa de malas vibras. «Ah, este es el árbol donde dejé que se muriera un güey extraño.»

No, yo no daría permiso para que pusieran un muerto entre mis flores.

Aunque, no sé. En esta ciudad nos hemos topado con un par de personas curiosas. A lo mejor le gustan los muertos. 

Ni tan vivo, ni tan muerto | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora