IV - Machetes de regalo

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¡Felicidades! Ya puedes jugar a las carreritas con tu transporte personal, Lobo te consiguió una silla de ruedas. Se supone que ya puedes caminar, pero tu torpeza excede la habilidad de mantenerte erguido por mucho tiempo. Yo no sé cómo no te han tirado de vuelta con los cuerpos. 

—¿También vienen por las ayudas?

Tal vez era mejor idea encerrarte en el cuarto, así hubiéramos evitado que las señoras te hablaran. Es la cuarta o quinta que te pregunta algo parecido. Ella está demasiado animada, pero lo más curioso es que detrás tiene tres clones que le parecen seguir. Son las señoras A, B, C y D. Todas visten pantalones deportivos oscuros con playeras holgadas de tonos similares. Incluso en el cabello llevan el mismo tinte rojo y el mismo estilo de peinado alocado. Lo que más me encanta son esos tenis con plataformas altas, se parecen un poco a los tuyos. Creo que podrías entrar a su club. 

—¿Si es aquí? —pregunta la señora B. 

Aunque intenten llamar la atención de Sol, no creo que nuestra amiga siquiera haya notado la presencia de ellas. Encontró una nota de Lobo, ahí avisaba que hoy iría a buscar al centro locales conocidos de tatuajes. El plan era llevar un par de fotografías de tus garabatos en los brazos para ver si encontraban algo. 

La cosa es que Lobo debió de haber regresado hace una hora y media. Falta poco para que se ponga el sol y a nuestra desesperada amiga, el pato, se le ocurrió que era buena idea esperarlo por las vías. 

Yo no me preocuparía mucho por Lobo, aunque también a lo mejor ya fue a ofrecerte al mercado negro. ¿A cuánto crees que se vendan los cadáveres frescos? 

—Yo creo que sí, la invitación decía que al lado del hospital frente a las vías —contesta la primera señora, señora A. 

Asientes con la cabeza. Con que hoy vienes con ganas de platicar. ¿Estás loco? ¿No acabas de escuchar que venimos a buscar al francesito? No vinimos a pasar el rato y a convivir con las señoras. 

—Es que ya con las cosas como están, pues uno tiene que aprovechar estas ayudas. Además, ellos no nos hacen nada si no nos entrometemos —asegura una de tus nuevas amigas, la del labial morado, señora C—. Son los que han puesto el dinero para las tolvas que se llevan los cuerpos.

—¿Verdad? Además, son peores los otros —responde la señora A mientras se cruza de brazos. 

—Sí, los del Foca son bien perros. —El vocabulario de la señora D parece ser fuerte—. Esos cabrones no son humanos. 

Gracias por volver a asentir, Rob. Van a pensar que de verdad estás interesado en unirse a su secta para convertirte en señora E. ¡Deja de mirarlas! Cuando tienes que poner atención, te vas y andas en las nubes. ¡Ah! Pero cuando tienes que fingir estar muerto... 

¿De verdad quieres usar esos extraños pantalones deportivos? Piénsalo dos veces. 

—Ellos fueron los que empezaron el conflicto hace una década —dice la morenita, señora B—. Llegaron a Galintia y empezaron a vender sus porquerías, mandaban niños a matar por diversión. Fueron tiempos difíciles. 

—Ajá.

¡Rob!

—¿Rob? —Sol voltea a verte confundida, te acomoda la cobija y por fin se da cuenta de las señoras—. ¿Qué...

—Oigan, creo que la fila la están haciendo allá. —La señora A parece preocupada—. Allá los vemos, muchachos. 

Las señoras pasan de largo a Sol y a Rob y cruzan la vía corriendo, igual que otros grupos más de personas. De poco a poco se van acumulando. Un par de camionetas se detienen en la intersección, en la carga hay un montón de muchachos que gritan. Algunos levantan las armas pesadas, mientras otros zarandean franelas blancas.

Ni tan vivo, ni tan muerto | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora