ESPECIAL

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En mi familia la Navidad siempre se ha vivido a lo grande. Cuanto más de todo, mejor. Celebraciones, luces y polvorones de todos los sabores. Hay tradiciones preparadas para prácticamente cualquier día, más allá de los que se marcan en todos los calendarios. Por ejemplo, el día veintiséis de diciembre siempre quedamos con los más pequeños para ir a ver las luces del pueblo y comer chocolate con churros, el veintiocho se reserva para hacer maratón de películas navideñas y el tres de enero nos reunimos en casa de mi tía con todo el que se apunte para hacer manualidades y dulces. Y yo, que lo he mamado desde niña, sigo disfrutándolo actualmente igual o incluso más que antes.

Pero este año va a ser muy distinto. Me hubiera encantado poder pasarlo en Galicia al menos desde el veintitrés de diciembre para unirme a todos los planes familiares, pero me voy a tener que conformar con ir para Nochevieja y quedarme hasta que pase el día de Reyes. Aunque no estaré allí ni Nochebuena ni Navidad, no puedo quejarme porque Madrid me retiene por motivos de trabajo. Estoy grabando varios programas, entre ellos los que se emiten en los días festivos tras la cena, y preparando el futuro disco con productores muy importantes del país. Y también la tengo a ella, que es un motivo más y suficiente para estar feliz en la capital. Es nuestra primera Navidad juntas y, teniendo en cuenta que me he visto forzada a no volver a casa, tengo las expectativas altísimas de disfrutar estos días tan mágicos con ella.

-Mamá, ¿cómo vas a enviarme el papelito por carta? - Pregunto, sorprendida por su propuesta. Me dejo caer en la cama, con la cabeza sobre la almohada, y mantengo el teléfono pegado en mi oreja. - Hacemos el sorteo por correo electrónico y ya está.

-No me fío yo de las nuevas tecnologías.

-Ni yo de que el papelito llegue a tiempo. - En ese momento, Silvia entra en mi habitación con una toalla envuelta al cuerpo y el pelo empapado. Por supuesto va dejando un reguero de agua por el suelo, porque secárselo nunca está entre sus planes. - ¡Ten cuidado! ¡Qué estás chorreando!

-Ahora un poco, pero hace un rato más aún. - Dice pícaramente, por suerte, en un tono bajo que mi madre no alcanza a escuchar.

-¿Qué pasa? - Quiere saber la mujer al otro lado de la línea.

-Que Silvia ha salido de la ducha y lo está mojando todo.

-Trae, anda. - No lo puedo evitar. La castaña se precipita sobre mí y antes de que logre esquivarla, me quita el teléfono de la mano para usarlo ella. - Marité, ¿de dónde ha sacado tu hija esa actitud de profesora estricta? Porque tú eres mucho más enrollada. - No sé qué le estará respondiendo mi madre, y curiosidad no me falta, porque consigue que la chica estalle en risas. - A veces se desmelena, eh. No veas la leona lo que...

-¡Silvia! ¡Dame el móvil! - Grito para interrumpir lo que puede llegar a decir, y me pongo de pie con la intención de hacerme con mi teléfono antes de que se vaya de la lengua. Ella se aparta, pero me echo sobre su cuerpo dando por iniciada la batalla. Entre forcejeos, empujones y las voces lejanas de mi madre saliendo del móvil, la toalla que la cubre se resbala por su cuerpo y acaba en el suelo.

-Si querías desnudarme solo tenías decírmelo.

La vergüenza me cala hasta los huesos y me colorea las mejillas. Aumenta más aún porque ella se comporta con naturalidad, sin complejos, y ni siquiera se molesta en recoger la toalla del suelo. Las gotas de agua que le caen del pelo van a parar a cada centímetro de su piel y casi sin darme cuenta estoy observándola más de lo que debería. Silvia, que se da cuenta y sonríe con orgullo, me echa un cable y da por acabado el juego devolviéndome el móvil.

-¿Mamá? - Antes de hablar tengo que aclararme la garganta para recuperar mi voz normal.

-¿Qué os pasa? - Aún se está riendo. - Como dos adolescentes con el pavo estáis.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora