37. Temblores.

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La última vez que estuve tan nerviosa por una conversación con mi hermano fue cuando le conté que me gustaba una persona y que era una chica. La anterior a esa ni la recuerdo. Hablar con Efrén nunca me ha costado porque estoy acostumbrada a que me lea la mente antes de que yo misma pueda ofrecerle la información. Así fue cuando le confesé que quería dedicarme a la música, y también cuando mi relación con Pablo se acabó. Solo con mirarme a los ojos pudo adivinarlo y me facilitó dar el paso de empezar a pronunciar palabras. Sin embargo, si no es capaz de leerme, si no adelanta sus frases a las mías, es que lo que va a escuchar no se lo espera, y eso también me impide predecir su reacción.

Decliné el consejo de Mimi de llamarle porque considero que una línea telefónica podría entorpecer el mensaje, así que directamente me vestí, desayuné y empecé el camino que me ha traído hasta la puerta de su casa. Ahora que estoy delante me arrepiento de la decisión. Quizás llamarle no hubiera estado tan mal. Pero ahora no hay vuelta atrás. Levanto el brazo y presiono el timbre con el dedo índice. No tardo en escuchar movimiento al otro lado, y poco después la puerta se abre para mostrarme el semblante serio de mi hermano.

- Buenas. - Saludo, dedicándole una sonrisa forzada. - He traído unos pastelitos. - Señalo con la cabeza el paquete de papel azulón que llevo en la mano izquierda, y después se lo tiendo.

-Un poquito tarde para desayunar, ¿no?

-Podéis tomarlos de postre si queréis.

- Anda, pasa. – Efrén coge los dulces y se aparta un poco para que pueda pasar. No es que esté nerviosa, es que me tiemblan los pies. Camino unos pasos por delante y dejo el abrigo en el respaldo del sofá, mientras él pasa a la cocina para guardar los pasteles. Nunca he sentido tanto frío en esta casa que me ha acogido cuando más falta me ha hecho. – Son las doce y pico. ¿Te pongo un café o un refresco?

- No me apetece nada, gracias.

- Entonces vamos directos al tema, porque como sigas temblando te van a fallar las piernas.

Su sinceridad me acelera aún más el pulso, pero en parte agradezco que haya sido él quien haya puesto las cartas sobre la mesa. En lugar de acomodarse en el sofá, saca un par de sillas de la mesa grande del salón y las pone cara a cara. Ese detalle tan pequeño ya me indica la seriedad del asunto. Efrén se sienta primero, con las piernas abiertas y los codos apoyados en las rodillas. Y yo voy después, con la columna más rígida que una vara de hierro y una mano jugando con nervio con los anillos de la otra.

- ¿Dónde te metiste el otro día? Porque la excusa que me puso Mimi de que estabas mala no me la creí. – Pregunta, volviendo a romper el hielo. – Con Silvia, ¿no?

- Le pasó una cosa y tuve que quedarme con ella. Era muy importante.

- ¿Tanto como para que no fueras a una entrevista, Miriam? – Un "sí" tímido se escapa de mis labios, mientras a la mente se me viene la imagen de Silvia llorando desconsolada justo antes de revelarme su secreto. – Joder, pues estoy deseando escuchar la historia.

- Efrén, no te lo puedo contar. – La cara de asombro con la que me mira no podría describirla, pero lo comprendo, porque entre nosotros no existen los secretos. Esta vez no es como contarle que una amiga tiene un nuevo novio, que le ha puesto los cuernos al que ya tiene o cualquier lío de ese estilo. Pero no lo entiende, y no lo va a hacer si no le doy alguna pista. – Silvia se abrió conmigo y me contó algo muy personal. Estaba tan mal que no podía dejarla ahí tirada, Efrén.

Mi hermano asiente muy despacio y coge una bocanada de aire. Después, se frota las manos en los vaqueros, igual que suelo hacer yo cuando estoy en tensión, y se peina el pelo con los dedos en repetidas ocasiones. Con lo que le he contado es suficiente como para que no insista y he comprado temporalmente su confianza, pero se que es solo un paso de los muchos que tengo que dar.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora