35. ¿Verdad?

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Cuando abro los ojos, por quinta o sexta vez en el que va de mañana, me la encuentro con la cabeza apoyada en mi pecho y envolviéndome con un brazo. Muevo con cuidado la cabeza para verla mejor, y me doy cuenta de que lleva las sábanas a la altura de la cintura, así que las cojo con los menores movimientos posibles y la subo para arroparla. Al hacerlo me percato de que su puño se cierra con fuerza en la tela de la camiseta que llevo puesta y tengo la tentación de quitarla para que se destense, pero bastante le ha costado dormir como para poner en riesgo su sueño.

Después del baño de anoche, me llevó un tiempo secarla, vestirla y tranquilizarla. Sobre las cinco de la madrugada ya pensé que sería imposible que se durmiera, pero de pronto escuché su respiración volverse más profunda y supe que el agotamiento había podido con ella. Ahí fue cuando pude dormir yo también, aunque me he despertado mil veces, algunas encontrándola con los ojos abiertos y otras no.

Creo que ni yo misma he procesado aun lo que me contó anoche, ni tampoco su reacción al confesarlo. Durante toda la madrugada han estado viniendo a mi cabeza escalofriantes imágenes de un suceso que ni siquiera he vivido: una chica de apenas dieciocho años conduciendo un coche con su familia; un crash; sangre, gritos y ambulancias; lágrimas. Se me encoge el corazón de pensarlo. En mi cabeza parece una película, pero lo peor es que sucedió. Que le sucedió a ella y que perdió a sus padres en el mismo accidente en el que su hermano quedó condenado de por vida. Y peor aún: la culpabilidad y el cargo de conciencia de ser ella quien llevaba las manos en el volante.

Me siento desbordada de solo imaginarlo. En algunos momentos de la noche me di cuenta de que las lágrimas del colchón no solo eran de Silvia, y di gracias a estar abrazándola por la espalda, porque me daría reparo, hasta vergüenza, mostrarme llorando ante la chica cuando la que realmente lo vivió y lo sufrió fue ella.

De pronto, el ritmo de su respiración cambia y se revuelve muy despacio sobre mí. La mano con la que antes me apretaba la ropa pierde fuerza y pasa a estar en mi cintura, envolviéndola con delicadeza. Permanezco quieta y en silencio por si sigue dormida, pero cuando saca el brazo de debajo de las sábanas para mirarse el reloj de la muñeca me doy cuenta de que ya se ha despertado.

-Mierda, es tardísimo. - Dice alarmada, quitando rápidamente la cabeza de mi pecho y sentándose en el colchón. - Hace un rato que debería estar en la consulta.

-Tranquila, no tienes que ir. - Murmuro, sin mirarla a la cara. Me da un poco de miedo que le siente mal que me haya metido en sus asuntos, pero a eso de las siete y media de la mañana, en uno de mis desvelos, fui al baño y me encontré a uno de sus compañeros de piso. No era el mismo que abrió la puerta en la madrugada, pero también había escuchado sus llantos y quiso saber cómo se encontraba Silvia. Le conté simplemente que no era su mejor día y él mismo propuso ocuparse de la agenda de la fisioterapeuta. Para mí fue tan fácil como aceptar y no despertarla. Lo hice con la mejor intención del mundo, pero quizás no es así como lo interpreta ella, que me mira pensativa sin entender nada. - Uno de tus compañeros de piso me ha dicho que se encargaba él.

-¿Quién?

-No sé. Era rubio.

- Fer. - Resuelve. Para mi sorpresa, tras un breve suspiro vuelve a dejarse caer sobre mí y se lleva la palma de la mano a la frente. - Mejor, porque me duele muchísimo la cabeza.

- ¿Necesitas algo? ¿Quieres una pastilla?

En mi cartera siempre guardo una por si acaso, así que tengo la intención de levantarme para ir a por ella y ofrecérsela. Sin embargo, hace un poco de fuerza sobre mí para evitarlo y no tengo más remedio que caer de nuevo sobre la almohada. Tampoco me puedo quejar, porque tenerla entre mis brazos, inmóvil y sin intenciones de huir, es tanto como quiero. Una de mis manos se cuela entre los mechones de su pelo para acariciarla con mimo. De vez en cuando me llega el agradable olor afrutado de su champú, puesto que hace apenas unas horas yo misma me ocupé de lavárselo.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora