19. Al límite.

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La pequeña pantalla del reloj en mi mano izquierda me indica que quedan dos minutos para que acabe mi carrera mañanera, así que decido pasar del trote a la máxima velocidad. Quién diría que son solo ciento veinte segundos. Ni siquiera una canción al uso dura eso, pero termino exhausta. Camino casi un minuto más para no frenar de golpe y acabo torcida y jadeante junto a un árbol. Me falta el aire e incluso me tiemblan las piernas, pero lo necesitaba; necesitaba que mi cuerpo se centrara por un rato solo en mis músculos y en mis pulmones en lugar de en mi cerebro y mi corazón. En cuanto he salido de la cama por la mañana he tenido claro que mi lunes tenía que comenzar con esta intensidad deportiva para que mi semana solo pueda ir a mejor.

Prácticamente todo el fin de semana me lo he pasado ocupada en Murcia. Mi hermano y yo tuvimos tiempo de sobra para hacer turismo por allí y, como tenía que fingir con él que todo iba bien, acabé por creérmelo. En el escenario no tuve que simular nada. Solo necesito mi música y mi público para estar segura de que nada malo puede ni siquiera rozarme.

Luego volvimos a Madrid y recuperé la realidad olvidada. Sentí el domingo más largo que los seis días anteriores juntos. Tampoco me benefició que mi casa estuviera vacía y que mis únicas distracciones fueran la composición, lanzarle pelotas a mi gata o saltar de canal en canal huyendo de las manidas películas de raptos y asesinatos. Silvia se abrió paso entre mis pensamientos con más facilidad de la que me esperaba. Me asaltaron miles de preguntas sobre lo que hemos tenidos estos días, cuál es la situación en la que nos encontramos ahora y cómo será cuando volvamos a vernos. Porque esa es otra: el miércoles será mi fisioterapeuta y yo su paciente.

- ¿Miriam? - En un momento tan denigrante como el de estar en chándal, mal peinada, sudada y asfixiada, alguien parece que me ha reconocido. No sé quién es porque estoy doblada con la cabeza gacha mientras con una mano me sujeto al tronco, pero es una voz masculina que me suena de algo. Cuando me recompongo un poco y le miro, le reconozco. Es un amigo de Mimi, del cual no recuerdo el nombre, y con el que solo he coincidido en unas cuantas ocasiones.

- Hola. - Saludo con la mejor sonrisa posible teniendo en cuenta mi estado. - Perdona. - Me llevo la mano al pecho para profundizar en mis respiraciones y tratar de estabilizarlas.

- ¿Estás bien?

- Sí, sí. Llevaba tiempo sin hacer demasiado ejercicio y hoy me he pegado la paliza. - En ese momento, me fijo en que él también lleva ropa deportiva. Unas mallas, una camiseta térmica ajustada, el pelo recogido con una fina cinta y zapatillas de running. - ¿Tú también corres?

- Estaba en ello, pero te he visto y me he parado a saludar. Como no nos vemos desde la fiesta...

El chico sonríe con timidez y sus palabras me traen más recuerdos. La fiesta de la inauguración de la discoteca de la amiga de Mimi. Aquella a la que no quería ir y acabé accediendo, aunque también marchándome lo antes posible. La misma en la que la bailarina me habló por primera vez de Lucía. Él estaba por ahí bailando. Ya recuerdo su nombre. David. Joder. El mismo David al que según Mimi le gusto. Intento no ser demasiado expresiva para que no se de cuenta de que acabo de darme cuenta de ese pequeño detalle.

- Estoy bastante liada con la música, la promoción y esas cosas.

- Bueno, ahora que sé que corremos en el mismo parque, podríamos quedar alguna mañana. - Propone.

- No sé si estaré a tu altura, la verdad. - David se echa a reír, a pesar de que no he sido tan graciosa, pero la forma en la que se le achinan los ojos hace que me pegue la risa. Después se pone los auriculares, los cuales supongo que se ha quitado para saludarme, y trota en el sitio.

- Si te apetece pídele mi número a Mimi, ¿vale? - Asiento y veo cómo echa a correr. - ¡Nos vemos!



Después de subir a casa, ducharme y desayunar contundentemente, he conseguido recuperar todo el oxígeno que me dejé en el parque intentando demostrarme a mí misma que estoy en forma. Me duelen la cadera y la rodilla por culpa de la lesión, pero es totalmente soportable y va mermando según avanzan las horas. Todavía no son las diez de la mañana y ya estoy lista, no sé para qué. Tengo todo el día libre hasta que lleguen las cinco de la tarde y me reúna con Mimi en el local para conocer la coreografía de nuestra canción.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora