34. Crash.

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- ¿Vamos a mi casa? – Propone para mi sorpresa. Aunque es la mejor opción, teniendo en cuenta la fiesta que hay en la mía y que permanecer en la calle ni siquiera es una posibilidad. – O si lo prefieres quédate en la fiesta y mañana nos vemos.

- No, no. – Con ella el mañana es tan incierto que ni se me ocurriría dejarla marchar. – Subo a por mi cartera y el móvil y nos vamos.

A paso lento, deshacemos el camino que hace unos instantes he recorrido corriendo. Nos acompañamos en silencio durante los próximos minutos, sin prisa, en la intimidad que nos ofrece la noche. En el aire gravita un silencio cargado de preguntas, pero no tengo prisa por resolverlas ahora que sé que quiere darme las explicaciones que me estaba perdiendo. Llamo al telefonillo y alguien abre sin ni siquiera preguntar quién es.

- Ve llamando a un taxi. – Le pido, cuando estamos dentro del portal. Es tarde para ir en transporte público y, además, tampoco nos conviene. – Y no te vayas, por favor.

- Te lo prometo. – Dice, con una pequeña sonrisa.

Aunque me confirma que no lo va a hacer, después de haber estado tres semanas sin saber nada de ella, guardo un leve temor a bajar y que no esté. Por eso voy con la intención de hacer todo lo más rápido posible. Primero tengo que encontrar a Mimi para contarle lo que ha pasado y que me voy a irme de la fiesta, y a continuación coger lo imprescindible y marcharme sin llamar la atención. No sería difícil si no fuera porque el piso está lleno de gente achispada o, directamente, borracha. Quien sea que me ha abierto el portal, también ha tenido el detalle de dejar la puerta de casa entreabierta, lo cual agiliza mi plan.

- ¡Maricona! - Me intercepta Ricky, quien tiene pinta de haberse bebido a estas alturas hasta el agua de los floreros. - Qué contento estoy de que te hayas unido al club de los desviados, coño. - El chico me pasa el brazo por encima, pero le aparto disimuladamente

- ¿Has visto a Mimi?

- Como para no verla. Está ahí metiéndole la lengua a la novia hasta la tráquea.

Dirijo la mirada al centro del salón, donde señala el dedo índice de mi amigo, y me sorprendo al comprobar que no ha exagerado tanto. Mimi tiene a Lucía cogida del culo y la aprieta contra su cuerpo mientras se dan un beso que me quita la respiración hasta a mí, a pesar de que no lo protagonizo. Lo que menos me apetece, por mi y por ellas, es entrometerme en ese ataque de pasión, pero tampoco puedo marcharme sin dar explicaciones porque me conozco la bronca de la rubia que vendría al día siguiente. Cojo aire y, dejando a Ricky con Roi, retomo mis pasos hasta donde está la pareja, que por supuesto ni se entera de mi presencia.

- Mimi. - Pronuncio bajito, pero entre la música y lo concentrada que está, no obtengo respuesta y me veo obligada a ir un paso más allá apretándole delicadamente el brazo. - Mimi.

- Hostia, qué susto. - Dice, apartando su boca de la de Lucía de golpe.

- Perdonad, no quiero interrumpir. - Me disculpo mirándolas a ambas, que tienen las mejillas sonrojadas y el contorno de los labios ligeramente humedecido. - Solo es para decirte que me marcho, ¿vale? Si preguntan invéntate cualquier cosa.

- ¿Qué me voy a inventar? Si ya la han visto la mayoría antes.

- Bueno, me da igual. - Resuelvo, por no perder más tiempo. - Mañana te llamo y te cuento.

- Vale, vale. ¿Pero todo bien? ¿Se ha enfadado?

- No, no. No parece. - Respondo a su segunda pregunta. - Pero dice que me debe una explicación, así que vamos a su casa.

-Ya era hora, cojones.

- Seguro que tiene un buen motivo y solucionáis todo, Miriam. - Habla ahora Lucía, quien siempre intenta calmar las aguas y no se le da nada mal. - Mucha suerte.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora