20. Dualidad.

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Desde que Mimi me ha dicho que Silvia está de camino estoy tan nerviosa que el dolor de la rodilla ha disminuido notablemente. Todavía no puedo apoyarla con seguridad y han tenido que llevarme en brazos hasta la zona de los bancos, pero ya no es la dolorosísima punzada constante que había nacido en el momento del accidente. He bebido agua, me han puesto hielo y mi amiga intenta entretenerme con bromas o pasos de baile, quizás para que se me olvide que ha llamado a la fisioterapeuta en lugar de a mi hermano sin advertírmelo.

Tampoco me sale enfadarme con ella durante más de cinco minutos porque me apetece ver a la castaña. Eso es innegable. Llevo pensando en nuestro reencuentro desde la última vez que nos vimos y, a pesar de que no me lo esperaba hasta el miércoles, quiero tenerla cara a cara y salir de dudas. Reconozco que de primeras ya me ha sorprendido que cogiera el teléfono, y todavía más aún que haya accedido a venir. Aunque eso no me tranquiliza, porque puede haberlo hecho tan solo por ser mi fisioterapeuta y tener la responsabilidad de acudir cuando he tenido un accidente. Lo que me importa es lo que me encuentre en sus ojos cuando llegue.

- Disimula esos nervios, tía. – Me advierte Mimi, poniéndome la mano sobre la pierna no afectada, que no cesa en su tembleque. Estoy tumbada en el banco, con la rodilla mala sobre una mochila, la cabeza encima de otra, y la buena en el suelo con vida propia.

- ¿Cómo quieres que esté? Como me haya lesionado me da algo, Mimi. – Bufo y me froto la cara con las manos. – Encima mañana vienen mis padres y se suponía que íbamos a estar de aquí para allá haciendo turismo.

- A unas malas les haces un room tour. – Me descubro los ojos y me la encuentro sonriente y orgullosa de su bromita, aunque se le pasa cuando se da cuenta del rayo helado que le estoy lanzando con las pupilas. – Relájate un poquito, que ya está aquí tu chica.

Si pretende que me calme diciéndome eso, consigue el efecto contrario. Apoyo los codos en el banco para quedar parcialmente reclinada y poder buscarla. El corazón palpita con más fuerza cuando giro la cabeza y la veo entrando por la puerta principal. Cruza el marco y mira a todas partes detenidamente hasta que da con nosotras. Lleva puesto un pantalón vaquero con un par de rotos, una chaqueta deportiva y unas Converse. El pelo se lo ha recogido en la coleta de trabajo y en una mano porta una especie de maletín grande de color negro. Me regaño a mí misma cuando me doy cuenta de que en lo único en que puedo pensar en lo guapa que está sin necesidad de ningún decoro.

- ¿Qué ha pasado? – Directa al grano y sin sonrisas. Eso debe traducirse por lo menos en cinco puntos negativos. Se arrodilla junto al banco y me dedica una breve mirada, que rápidamente salta hasta mi rodilla y, después, hacia Mimi, buscando en ella las explicaciones.

- Estábamos ensayando y de pronto se caído al suelo y ha empezado a gritar.

- ¿Ha sido golpe entonces?

- No. – Decido intervenir porque soy realmente la que lo ha vivido en primera persona, aunque parezca que en esa situación soy la tercera en discordia. – En uno de los pasos he hecho un movimiento brusco y eso es lo que me ha provocado el dolor.

- Vale. – La fisioterapeuta abre el maletín y saca un bote de crema que usa para echársela en las manos. – Voy a ir tocando y me vas diciendo si te duele o no. – Asiento, me tumbo del todo otra vez y cierro los ojos conocedora de que lo siguiente no será agradable. Los primeros deslizamientos de sus manos por mi piel son suaves, solo un anticipo, pero luego empiezan a clavarse en algunos puntos críticos y a hacer que me retuerza. Después, se pone de pie y me rota la rodilla de distintas maneras para seguir con sus comprobaciones. - ¿Has hecho mucho ejercicio últimamente?

- Esta mañana he salido a correr y ahora llevamos unas tres horas de ensayo. – Explico.

- Lo que te dije de que te tomaras la vuelta al deporte con calma se te ha olvidado ya, ¿no? – Suena tan borde y tan a regañina que me quedo cortada. Podría decirle que me encontraba mejor desde hace días y que me sentía preparada para correr y bailar, pero decido callarme porque en parte reconozco su razón. Me he despertado con ganas de ponerme al límite y ese ha sido el motivo que me ha traído a la situación actual. Mimi debe estar igual de cortada que yo, porque es raro que siga ahí tan en silencio. – A ver. – Se pone de pie y se frota las manos para que la poca crema que le queda termine de absorberse. – La buena noticia es que no parece haber nada roto ni fuera de su sitio.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora