27. Estar contigo.

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Camino a su lado con la intriga de la niña que se levanta del pupitre y va hacia la mesa del profesor para que le revelen la nota del último examen de matemáticas. No se sabe qué esperar. Un simple número puede suponer la diferencia entre el suspenso y el aprobado. No me podría haber imaginado que nos reencontraríamos esta noche con la propuesta de ir a ver a su hermano. No ha sido cosa suya, de eso estoy segura. Si la decisión estuviera en sus manos, hace un rato que estaría en mi casa comiéndome la cabeza. Sin embargo, aquí estoy sin saber qué voy a descubrir.

Tardamos muy poco en estar delante del lugar al que vamos, y sé perfectamente que es ese en cuanto lo veo. Cómo no se me había ocurrido antes. Estaba tan cerca que con dar un paseo por la zona hubiera resuelto el misterio, pero agradezco no haberlo hecho porque merece ser ella quien se abra cuándo, dónde y con quién quiera. 

Llama al telefonillo, dice su nombre y abren la puerta del centro. Lo primero que descubro es un gran jardín iluminado por farolas que ahora está vacío, seguramente por las horas que son. El sendero de arena central nos conduce al interior del edifico. Desde fuera parece una enorme casona hecha con piedras y madera de unas tres plantas de altura que destaca entre los adosados de un tamaño más reducido que conforman el barrio. La recepción tiene la misma escasa vida que lo que había fuera. Hay una chica uniformada tras un ordenador que nos saluda con la mirada.

- Es arriba. – Me dice Silvia cuando nos plantamos delante de unas grandes escaleras. Subo con ella solo hasta el primer piso y descubro un enorme pasillo con muchas puertas cerradas. Ella se sitúa frente a la primera a la derecha. – Aquí. – Señalo. – Va a volverse loco cuando te vea, te aviso.

Simplemente sonrío porque ya estoy tranquila, aunque también para que ella se sienta relajada. Encuentre lo que encuentre detrás de esa puerta ya se que no tiene nada que ver con algo turbio como me ha dicho mi hermano hace un rato y como yo misma he llegado a suponer a veces. Lo que va a estar ahí es su hermano, que independientemente de lo demás es la persona a la que más quiere, y me lo ha demostrado ya varias veces sin darse cuenta.

Silvia me pide que pase primero y, antes de que pueda saludar, me recibe un grito emocionado del chico. Está tumbado en la cama y se le ilumina la expresión. Rápidamente me fijo en que la única movilidad que atisbo en su cuerpo es la de su cabeza, su cuello y parcialmente sus brazos, que sobresalen por encima de las sábanas. Es más joven de lo que esperaba. De hecho, dudo que supere la mayoría de edad. Tiene el pelo corto moreno y no se puede negar que la fisioterapeuta es su hermana, porque los dos tienen el mismo color de ojos tan especial.

- Hola. – Saludo, más cortada de lo que me gustaría sonar.

- ¡Por fin! – Exclama el chico. – Mi hermana lleva dándome largas tanto tiempo que ya creía que se estaba inventando que te había conocido.

- ¿Para qué iba a mentirte en eso? – Interviene ella.

- Yo qué sé. – Dice él, sin dejar de mirarme. - Ay, Miriam. ¿Puedo darte un abrazo?

- Hombre, por supuesto. – En esa pregunta encuentro la forma de quitarme las pocas lacras que me quedan. Los abrazos son lo mío, y en este caso tengo aún más ganas de darlo. Le lanzo la bolsa del Burger a Silvia, quien tiene que cogerla al vuelo, y camino rápido para abalanzarme sobre él y acogerle entre mis brazos. – Encanta de conocerte por fin.

- Me llamo Iván y soy el mayor shipper de esta relación rara que traéis.

- Ya veo que tienes la misma poca vergüenza que tu hermana. – Comento, aún con nuestros cuerpos pegados.

- Él es peor que yo. – Dice Silvia a mis espaldas. – Cuidado con la brecha.

Me separo despacio y entonces me percato del apósito rectangular que tiene en la frente, el cual he visto antes pero no le he dado importancia, quizás porque tenía otras muchas cosas en las que fijarme. Silvia se acerca para pulsar un botón del lateral de la cama que sirve para reclinarla y que quede sentado. Después me pide que me acomode en un sillón negro y ella coge de una rincón una silla de madera mucho menos apetecible y la sitúa a nuestro lado para unirse.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora