9. Aterrizar la nave.

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El despertador había sonado por primera vez a las ocho de la mañana e hizo un segundo intento de levantarme de la cama media hora después, pero decidí dejar de pulsar el botón para posponer la alarma y simplemente apagarla. Después de acostar a Mimi la noche anterior, me tumbé en el colchón y dormir resultó tan difícil como me esperaba. Di vueltas sobre mí misma, me levanté a por agua y pensé, sobre todo eso. He descansado mal, a cabezadas, lo cual no me conviene para empezar la semana.

A las nueve y cuarto, sin alarmas, en una de las muchas veces que abro los ojos desvelada, me parece escuchar la voz de mi hermano en casa. Primero pienso que es un sueño o que no descansar me está pasando factura, pero según van pasando los segundos y me voy desperezando me doy cuenta de que realmente es su voz la que se escucha al otro lado de la puerta de mi habitación. ¿Habíamos quedado? Me siento sobre el colchón y trato de hacer un repaso de los planes del día. No, ninguno es con mi hermano.

Tras calzarme con las chanclas que están al lado de la cama, me pongo de pie, me estiro y voy hacia la puerta para abrirla. Según avanzo por el pasillo las voces son más fuertes. Es Efrén y está hablando en el salón con Mimi. Cuando llego, los veo sentados en el sofá, junto a la pequeña mesita, uno al lado del otro. Tienen en las manos una taza de café cada uno y en la mesa hay una enorme bolsa con churros para un regimiento.

- ¿Qué haces aquí? – Pregunto parada bajo el marco de la puerta que conecta el salón y el pasillo.

- Buenos días, hermanita. – El deja su bebida sobre la mesa, se pone en pie y camina hacia mí enérgicamente. Me da un enorme beso en la mejilla y, a continuación, pasa uno de sus brazos por mis hombros. – He traído el desayuno. – Indica, haciéndome avanzar. Mimi coge un churro y lo agita emocionada en el aire para mostrármelo.

- No habíamos quedado, ¿no?

- No, no. Pero he venido para saludar a Mimi y que desayunemos juntos. Además, como a las once tienes ensayo con la banda, así me paso un rato y os veo.

- Me teníais que haber despertado.

Mi hermano niega con la cabeza restándole importancia. Él mismo se ofrece a prepararme el café, pero le pido que se siente y siga hablando con la bailarina mientras lo hago yo. Así, de paso, me da tiempo a despertarme del todo y recuperar la agilidad mental. En cuanto estoy sola en la cocina vuelve a mi mente lo mismo que me lleva atormentando desde anoche: el beso. Son secuencias rápidas y cortas. Su aliento a centímetros de mi boca, sus labios con los míos, mi disnea y su maldita y perenne sonrisa. "No fue para tanto", me digo. Pero después de tanto repetir la escena en mi mente, como si fuera un videoclip, ya no sé cuánto fue verdad y cuánto me lo he inventado después. El beso fue verdad, de eso estoy segura, y mi desestabilización posterior también.

Mientras la taza se calienta en el microondas me acerco al grifo para empaparme el rostro con agua fría. Los pensamientos siguen ahí, pero me encuentro más despierta. Cojo mi bebida y vuelvo al salón, donde mi hermano y mi amiga siguen entretenidos con su conversación. Me siento en el sillón libre, a la izquierda del que ocupan ellos, y me llevo el primer churro a la boca.

- Las nueve y pico de la mañana y tú en la cama aún. Te lo pasarías bien anoche, ¿eh? – Vaya. El tema ha salido antes de lo esperado. Mimi, que tiene la taza en los labios, abre mucho los ojos. Doy gracias a que mi hermano me esté mirando a mí, porque con la chica no hay quien disimule.

- Estuvo bien, sí. – Reconozco. – Pero no vine tan tarde. A las dos ya estaba en la cama.

- Es que no has pegado mucho ojo, ¿verdad? – Comenta Mimi. Sé que nunca diría nada delante de mi hermano, pero sí que se encarga de ponerme nerviosa a propósito.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora