21. Lo haremos bien.

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Duermo toda la noche como un bebé, y no es solo porque el efecto de la pastilla me haya ayudado a disminuir el dolor de la rodilla. Después de la conversación tan necesaria que mantuve con Silvia y que sellamos con más besos de los que recoge la memoria, me recosté sobre su cuerpo y acabé viajando al mundo de Morfeo. Tanta tensión acumulada por la lesión y por reencontrarme con ella hicieron que mi cuerpo y mi mente se relajaran de golpe cuando hubo oportunidad.

Pero sentí aún más calma cuando, no sé a qué hora, abrí los ojos y seguía ahí. No había huido. Me miraba y me desordenaba los rizos con suma delicadeza, como si no quisiera que sus pequeños movimientos trastocaran el tiempo. Entonces sí, dejó un último beso sobre mis labios y salió de mi habituación sin hacer ruido tras volverme a prometer que regresaría al día siguiente. Ya no hubo más motivos para poner mi cerebro a trabajar y me resultó muy fácil volver a conciliar el sueño hasta por la mañana cuando, antes de que sonara mi despertador, Mimi entró a mi cuarto, se sentó a mi lado y me pasó la mano por el brazo.

- Miri, reina. – Pronuncio para despertarme. – Se te ha olvidó llamar a tu hermano para contarle lo de ayer, ¿no? – Automáticamente abro los ojos y me recompongo, quedando sentada sobre el colchón. Mierda. Ni a él ni a mis padres, que están a punto de entrar a la capital y esperan pasar conmigo un día de turismo. – Está en el salón con su novia. Han venido a recogerte para ir a la estación a por tus padres.

- Joder. – Me destapo a toda prisa para levantarme de la cama, pero mi amiga usa sus dos manos para impedirlo.

- Ni se te ocurra. Tú a reposar. Silvia me hizo jurar anoche que te iba a tener vigilada y no quiero vérmelas con la mala hostia de esa chica. – La observo indignarse y me hace gracia. Supongo que cuando se fue la fisioterapeuta por la noche no era tan tarde y al salir de mi cuarto se encontró con Mimi, a la que no dudó en amenazar. Es verdad que Silvia puede ser la persona más borde del mundo cuando quiere, exactamente igual que yo, pero luego te prepara un té con galletas y lo pone todo a tu disposición para que estés bien, y no hay quien recuerde lo malo. – Le he dicho a Efrén que el accidente fue tarde y que por eso no le avisamos, pero igualmente ya te puedes imaginar cómo está.

- De los nervios. – Asiente y se pone de pie. Me ha hecho un favor, pero ahora me toca a mí enfrentarme a mi hermano. – Gracias, Mimi.

- Gracias no. Espero que me cuentes lo que pasó ayer en esta habitación con la madrileña sin dejarte ni un solo detalle.

Sin darme posibilidad de respuesta, sabiendo que en otro momento se lo contaré todo, sale de mi cuarto y escucho como le dice a mi hermano y a Inés que pueden pasar a verme. Los cinco segundos que tengo hasta que aparecen los uso para acomodar la rodilla sobre el cojín y apoyar la espalda en el cabecero para dejar mi cuerpo en un ángulo de noventa grados casi perfecto.

- Miriam, ¿cómo estás? ¿Qué pasó? – Pregunta, tan preocupado como esperaba.

Lo primero que hago es asegurarle que estoy bien. Después, les pido a ambos que se sienten en el colchón para que no se queden ahí de pie compadeciéndose de mí. Les explico cómo pasó y que al principio me asusté, pero también que con una pastilla me encuentro muchísimo mejor. Por supuesto, su propuesta es la de ir al médico ahora mismo, por eso tengo que contarle que Mimi se encargó de llamar a Silvia para una consulta urgente y que gracias a eso sé que no me he roto nada y que lo único que necesito es reposo. Y, por fin, respira tranquilo.

Inevitablemente, los planes del día quedan trastocados. Son ellos quienes van a recoger a mis padres y, después de dejar las cosas en el hotel en el que van a hospedarse estos días, vendrán aquí. La excusa será que conozcan el nuevo piso, pero una vez lleguen les contaremos lo que ha pasado y por qué no podremos pasar el día pateando Madrid juntos.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora