16. Click.

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-¡Niña! ¡Despierta! - Como para no despertarse si aparece Mimi dando saltos en mi cama y pegando gritos. Me destapa de un tirón de sábanas y se pone de rodillas sobre el colchón para darme besos de abuela. - ¡Hoy es el día!

Es martes por la mañana, y eso significa que, por fin, nos reunimos en el estudio con el productor para empezar a convertir la canción que hemos ideado en el próximo hit nacional. Las ganas nos devoran a ambas. El plan es meternos allí a las nueve de la mañana y no salir hasta que el proyecto no esté terminado, pero como eso es difícil debido a que ambas tenemos planes después de la hora de comer, también hemos reservado la tarde de mañana. Por suerte, ambas tenemos muy claro lo que queremos y Mimi ha trabajado con ese productor en varias ocasiones, así que todo tendría que ir rodado. Me ilusiona tanto poder compartir con una de mis mejores amigas este proyecto que aún no me lo creo. Además, la rubia ya me ha avisado de que la coreografía será espectacular y que, junto a las ideas que tenemos para el videoclip, todo quedará perfecto. Confío en ella, confío en mí, pero sobre todo confío en hacer las cosas con cariño, y ella y yo estamos dejándolo todo en esta canción.

-Qué energía de buena mañana. - Comento, mientras intento espabilarme. Miro el reloj de la mesilla y veo que aún son las siete y media de la mañana, cuando mi despertador tenía que sonar a las ocho. - ¿Qué hacemos ya despiertas? Anda, a dormir. – Agarro su brazo y tiro de ella para que se tumbe conmigo un poquito más de tiempo.

-Es que me he desvelado y no había forma de dormir más. - Mimi coge la sábana y nos la pasa por encima a ambas. - Así me cuentas lo que pasó el domingo, que ayer no pudimos hablar.

-¿El domingo?

-Sí, el domingo. Cuando vino Silvia a por sus llaves y de pronto te evaporaste de la cena durante horas.

-Es largo, Mimi... Silvia estaba mal y la subí a la azotea para que se relajara.

- Cuéntame un poco más, Miri, que con eso no me puedo montar mis historias.


EL DOMINGO

En cierto momento de la noche, no sé cuánto tiempo llevaríamos ya allí arriba, Silvia y yo acabamos sentadas en el suelo la una al lado de la otra, con la espalda apoyada en el muro de piedra fría.  Su mano estaba en mi regazo y yo deslizaba los dedos con sutileza por su piel, en un vaivén constante desde sus uñas hasta casi llegar al codo. Apenas hablábamos, pero al menos había conseguido que no se marchase corriendo, que no me evitara y que no fingiera que no pasaba nada.

La luz era extremadamente tenue, tan solo nos llegaba a través de algunas farolas mucho más bajas que la altura del piso en el que estábamos y una pequeña bombilla anaranjada de emergencia a unos cuantos metros de nuestra posición. Además, al suelo, donde estábamos nosotras, llegaba tan poca iluminación que tan solo podía adivinar si seguía llorando por el sonido. Lo dejó de hacer cuando pasaron los minutos, pero eso mis manos siguieron rozándole la piel.

-Yo debería irme y tú deberías volver con tus amigos. - Dijo Silvia cuando el silencio ya nos había ganado el terreno.

-¿No estás cómoda aquí?

-Claro que lo estoy. - Afirmó. Con la mano del brazo que le estaba acariciando me apretó el muslo. - Pero es tarde y todavía me queda un rato en metro hasta llegar a casa. Además, estoy deseando cambiarme de ropa de una vez...

-En eso tienes razón, porque ya hueles un poquito. - Era una broma, pero Silvia alarmada levantó el brazo y se olió la axila para comprobarlo.

-Joder, creía que lo decías en serio. - Me eché a reír y ella me asestó un golpe con el puño cerrado en el hombro. - Ayer me duché, lo que pasa es que ropa de cambio no tenía.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora