2. Diagnóstico.

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- Quita esa cara de mustia. – Reclama mi hermano desde la silla de mi derecha. Mi respuesta es un bufido. – Es solo una sesión. Dependiendo de lo que nos diga, vemos.

Ese es el problema. Que conozco mi cuerpo y mis dolores y sé que el diagnóstico no será bueno. Y una vez lo diga, no voy a poder librarme de ello. No será solo una sesión. Ni dos. Será un tratamiento que se prolongará quién sabe durante cuánto tiempo, condicionando mi gira, mi trabajo y mi vida cotidiana.

Alcanzo una de las pequeñas tarjetas que reposan en la mesa que está a mi izquierda. Es sencilla, de color lila, con una especie de diseño geométrico que se convierte en una simple figura humana de espaldas en la primera cara. En la otra, las formas de contactar con la fisioterapeuta y su nombre en el centro: "Silvia Cruz Rubio".

- Me han dicho que es muy buena. – Indica Efrén, señalando el papelito.

Mientras esperamos, observo el lugar. Han montado el negocio en un piso, por lo tanto, aunque está adaptado, la estructura es la de una casa. Un pequeño pasillo con varias puertas y un salón principal, que deduzco que es la sala de espera donde aguardamos. Por las paredes hay cuadros y láminas, algunos de deportistas, otros con consejos posturales y un par con dibujos del cuerpo humano. No pasa ni un minuto cuando una chica muy joven sale de la puerta que tenemos justo delante acompañando a un anciano con problemas para caminar.

- En un momento estoy con vosotros. – Dice dirigiéndose a nosotros con una amplia sonrisa. Después, cruza el pasillo con el señor cogido del brazo y le acompaña hasta la puerta.

- ¿Es ella? – Murmuro en un tono lo suficientemente bajo como para que solo lo escuche mi acompañante. Él se encoge de hombros sin quitarle la mirada de encima a la chica. – Pero si es una cría. Se acabará de sacar la carrera. ¿Seguro que te han dicho que es muy buena?

- Miriam. – Se gira y me clava la mirada. – Una oportunidad. Ya lo hemos hablado. – La chica vuelve a pasar por delante de ambos y nos dice que esperemos unos minutos mientras lo prepara todo. – Es muy mona.

- Hermanito, me gusta mi cuñada. Compórtate.

Cuando la fisioterapeuta vuelve a abrir la puerta, nos pide que pasemos y que nos sentemos en las sillas que están frente a la suya, al otro lado de una enorme mesa de madera. Primero me demanda algunos datos básicos, como mi nombre y mi edad. Después quiere que le cuente con detalle qué me ha traído a su consulta, así que le relato mi accidente y los dolores que he estado teniendo últimamente. Mientras tanto, ella teclea y anota sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador.

- Es la quinta vez que se le sale la rodilla. – Interviene Efrén. – Y súmale las dos dislocaciones de cadera. – Ella levanta la vista y nos observa a ambos analizando la situación.

- Te han traído arrastrada, ¿no? – Pregunta, dirigiéndose a mí.

- Es que estoy bien. Se me ha salido la rodilla, es normal que tenga dolores.

- No quiere perder el tiempo en su salud. – Vuelve a hablar sarcástico mi hermano, que se lleva una de mis peores miradas. Ella tiene que contener la risa frente a nosotros. Me hace varias preguntas más sobre migrañas y molestias en otras partes del cuerpo, y después se pone de pie y me pide que la acompañe.

- Vamos a analizar la situación. – Comenta. - ¿Podrías descalzarte y quitarte el pantalón?

Obedezco y sigo cada una de las instrucciones que vienen a continuación. Me examina mientras camino, toca mi rodilla y me solicita que le indique cuándo me duele. A continuación, sigue con el reconocimiento haciendo que me tumbe en la camilla. Me inspecciona todo el tren inferior de pies a cadera con giros, rotaciones, presiones, etc. De primeras me sorprende que ese pequeño cuerpo pueda emitir tanta fuerza con sus manos. También tengo que reconocerle mis molestias muchas más veces de las que me hubiera gustado.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora