3. ¿Quién coño eres?

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La cita del jueves con la fisioterapeuta la habíamos cerrado a la una de la tarde, de manera que me podría pasar desde las nueve de la mañana en el pequeño local que tenemos alquilado con la banda para ensayar de cara al concierto del viernes por la noche en Valencia. Ya practicamos durante muchos meses antes de empezar la gira, por lo que normalmente con reunirnos entre dos y tres veces por semana es suficiente. Tocamos todas las canciones, retocamos detalles y, a veces, añadimos novedades al espectáculo.

Esta mañana no ha sido diferente a las anteriores. Café, música y esa atmósfera de creatividad tan mágica que siempre me confirma que hago bien dedicándome a esto. Además, les he enseñado a mis compañeros una canción nueva. Una de las pocas que no ha acabado en la basura después de la exhaustiva composición de los últimos días. De mi idea, que no era más que una letra acompañada de una melodía sencilla, han empezado a nacer golpes de batería, riffs de guitarra y punteos de bajo que aspiran a mucho más. Esa es la magia a la que me refiero.

Llego puntual a la consulta de la fisioterapeuta y, con la misma puntualidad, ella me recibe. En un principio iba a acompañarme mi hermano, pero le había surgido algo a última hora con la discográfica, ya que es él quien se ocupa de todo lo que tiene que ver con el papeleo de mi carrera musical. Pasará a recogerme a la salida y se ha ofrecido a invitarme a comer para compensarlo.

- ¿Preparada? – Asiento. Dejo el pantalón que me acabo de quitar sobre la silla y me cubro la cintura con la toalla que me ha dejado en la camilla. - ¿Te importa que ponga música? Me gusta ponerla para trabajar, pero hay gente a la que le molesta cualquier sonido cuando están sufriendo con mis masajes.

- Ponla, ponla. Por mi perfecto. – Silvia presiona un par de botones de una radio y empieza a sonar la radio. En concreto el estribillo de mi último single, pero ella no tiene ni idea de eso. Es la primera vez que lo oigo en la radio y la ilusión hace que me escape una sonrisa. - ¿Te gusta esta? No la había escuchado.

- Bueno. – Disimulo. - No está mal.

Y después me pongo plenamente en sus manos. Su masaje es de todo menos agradable, nada que ver con los que te dan en un spa. A veces me dan ganas de chillar tan fuerte como me permita la garganta, pero ni quiero dañarme las cuerdas vocales ni tampoco perder la compostura delante de prácticamente una desconocida.

Apenas mediamos palabras que no sean instrucciones o advertencias de más dolor, quizás porque está muy concentrada, como denota la arruguita que se le marca entre ceja y ceja. A veces se le escapa entre los labios algún verso de la canción que esté sonando por la radio, y en cuanto se da cuenta se ríe para sí misma. Mi hermano tenía razón cuando me dijo que parecía una chica graciosa.

Para rematar me venda con esas tiras de colores que se pegan a la piel y se supone que te alivian los dolores. He llevado de esas varias veces en mi vida y nunca he sentido gracias a ellas una mejora exponencial, pero no seré yo quien rebata a los profesionales del cuerpo humano. Además, Silvia cumple con su promesa y me trae las rutinas de ejercicios para que pueda volver cuando quiera al gimnasio. Incluso me proporciona dos: una para usarla mientras duren las sesiones, en la que apenas puedo trabajar con la pierna mala, y otra para después, con las que la rodilla entra en acción, aunque con poca carga. Sea como sea, gracias a su plan en unos días podré volver al gimnasio con mi hermano con la tranquilidad de no estar fastidiando el trabajo que ella está haciendo con mi cuerpo.

- Efrén, ¿dónde andas? ¿te queda mucho? – Le envío un primer mensaje de voz. Se suponía que estaría esperándome cuando saliera, pero su coche no está frente al edificio. Casi diez minutos después aún no tengo respuesta, así que vuelvo a grabar un audio. – Hermanito, supongo que los de la discográfica te han liado. Te espero en un bar que hay justo en frente de donde la fisio. Me muero de sed.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora