18. Todo lo que no soy.

1.5K 110 109
                                    


- ¿Ni en el instituto? ¿Nada? – Pregunto, sin otra intención que saber más de ella. No voy a negar que me ha impactado su respuesta porque veo a Silvia como una chica totalmente experimentada en el trato con las chicas y pensaba que provenía de que había tenido relaciones antes, puede que cortas y poco profundas, pero al fin y al cabo parejas que te dan cierto bagaje.

- En el instituto era una pava. – Confiesa, riéndose de sí misma, como si estuviera recordando escenas de esa etapa de su vida. Después interrumpe su carcajada y se pone más seria al mirarme. – Y luego ya no lo fui más, pero tampoco me dio por las relaciones. Entré en la universidad y allí me dejé llevar un poco por la vida del estudiante.

- Te pega.

- A ver, no pienses mal de mí tampoco. Fui la nota más alta de mi promoción. – Otro dato que me sorprende. – Pero también fui la que más ligaba.

Me cuesta reaccionar a sus explicaciones. Quizás no lo había visto antes porque soy tan opuesta a esa forma de ser que no la reconozco en otras personas, pero ahora que me lo ha dicho me siento como una idiota por no haberme dado cuenta, y recuerdo cuando me dijo que nadie estaba hablando de una relación y apenas unos días después nos acostamos. Pero lo que realmente me preocupa es encontrarme a mí misma dándole vueltas a esto cuando se suponía que para mí también era solo sexo, ¿no? En eso consistía dejarme llevar con Silvia y separarme un poco de mi línea habitual. No buscaba nada más que pasar un buen rato sin compromiso y creía que lo estaba haciendo bien. Hasta ahora.

Mi cerebro piensa sin cesar, pero mi cuerpo se ha quedado helado. Se supone que me estaba echando agua por el cuello, pero ahora solo tengo las manos bajo el grifo, del que no sale nada, y miro la cerámica como si en ella estuviera escrita la forma de afrontar las verdades que me acaban de arrojar a la cara. Silvia, a mis espaldas, me pasa las manos por la tripa y se pega a mí en un abrazo improvisado. Su nariz se hunde en mi cuello, cerca de mi oreja y poco a poco se aproxima a mi boca. Sin embargo, de manera automática, mi cara se aparta y la rechaza. No he podido controlarlo. Mi actitud está muy lejos de las ganas que tenía de que me devorase al entrar al baño.

- ¿Pasa algo? - Pregunta ella, que parece no entender que sus palabras me han desestabilizado.

- Nada. - Miento. Ante la falta de papel, agito las manos en el aire para secármelas. Después, me giro con la intención de salir de ahí, pero ella no se mueve y nuestros rostros están muy cerca, a punto de que nuestras narices choquen. Sé que no puedo resistirme a su mirada, así que bajo la mía y observo mis propias zapatillas. - ¿Salimos?

- ¿Te he defraudado? - Pregunta directamente. Sin rodeos, como es ella.

- Claro que no. - Respondo con sinceridad. Si hay alguien que me ha defraudado soy yo misma por creerme alguien que no puedo ser. – Me he dado cuenta de que no nos conocemos de nada.

- No mucho, pero ¿y qué pasa?

- Vamos a volver, anda. - Trato de moverme, pero ella me encierra entre el lavabo y su cuerpo.

- Miriam, puedes ser totalmente sincera conmigo. No pasa nada.

- El problema es que tampoco yo sé exactamente lo que me pasa. - Y eso me da miedo. Además, no me gusta pronunciarme nunca hasta estar segura de lo que siento, por no confundirme ni a mí misma ni a los demás.

- Pues dime lo que sientes ahora mismo. - Insiste. Niego con la cabeza y me doy cuenta por la presión de que estoy apretando la mandíbula. Ella no se rinde. Me levanta la cara con una mano y busca mi mirada. Y yo no sé por qué, pero se me hace sumamente fácil confiar en ella al ver el fondo de sus ojos.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora