6. Sabes en lo que te metes, ¿no?

1.5K 112 51
                                    

Quizá la idea de que Mimi que me acompañe a la cita con la fisioterapeuta no ha sido tan buena como nos pareció en un principio. A la una de la tarde la consulta está muy concurrida. Se juntan los que entran y los que salen de las diferentes puertas, y en la sala de espera aguardan unas siete u ocho personas en total, sumando los pacientes y los acompañantes.

En cuanto entramos recibimos las miradas de algunos de ellos, incluso una niña nos señala con el dedo. Mi amiga la saluda divertida agitando la mano, haciendo que la pequeña se ruborice y se esconda tras el brazo de su madre. De casualidad hay un par de sitios justo frente a la sala que me corresponde, así que nos sentamos para esperar nuestro turno.

- Espero que no lleve mucho retraso. – Comento, a la vez que le echo un vistazo a la sala. Mimi, a mi lado, teclea con velocidad en su móvil sin disimular una sonrisilla. – Me dicen hace un mes que voy a verte así de encoñada con una chica y no me lo creo.

- Calla, anda. – Ella bloquea el teléfono y se lo guarda en el bolso. – No te pongas celosa. – Vacila la rubia. Me pasa un brazo por encima de los hombros y apoya su frente en mi sien. – Tenemos que encontrarte a alguien.

- No necesito a nadie, Mimi. Sola estoy perfectamente.

- Tía, no me refiero a una pareja. – Explica. – Una persona con la que te lo pases bien y folles sería suficiente para empezar.

- ¡Mimi! – Lo ha dicho en un tono de voz muy bajo, pero aún así, no me parece oportuno. Sin embargo, a ella le divierte mucho verme rabiar cuando emplea esos términos.

- David está interesado. No digo más.

- ¿Qué David?

- Joder, el moreno con el que bailaste en la fiesta. He pensado que podríamos invitarle a casa una noche y...

- No. – Interrumpo. – Bueno, haz lo que quieras, es tu casa. Pero me las apañaré para no estar ahí.

- Hija, eres una...

La puerta de la sala que tenemos delante se abre provocando que Mimi deje la frase sin completar. Supongo que se ha quedado embobada con la imagen que se nos presenta enfrente tanto como yo. Silvia lleva a un niño de unos cinco años cogido en brazos y le llena de besos y de carantoñas. Él se ríe a carcajadas mientras la abraza y después le devuelve todos los cariños que ha recibido. A su lado, la madre del pequeño empuja un carrito y parece tan encandilada con la escena como nosotras.

Es la propia fisioterapeuta quien, tras darle un largo y último beso en la mejilla, le sienta en el carro y le ata. Entonces me doy cuenta de que el pequeño lleva una de las piernas vendadas y la otra tiene una curvatura no habitual. Probablemente no puede andar o lo hace con dificultad y por eso acude a la consulta.

- Qué monos. – Digo sin pensar, mientras veo a Silvia despedirse del niño y de su madre. Él la mira ya sentado con la cara de quien tiene delante su postre favorito.

- Si no fuera por Lucía tu amiguita sería mi próxima conquista. – Le doy un codazo de inmediato al que responde encogiéndose de hombros con indiferencia. No sé si lo dice en serio o para desesperarme. Seguramente lo primero, pero consigue lo segundo.

Cuando la castaña se da cuenta de que estamos ahí y de que he traído a Mimi su cara refleja sorpresa y alegría. Nos levantamos un par de minutos después, cuando ella sale tras recoger primero lo que ha usado en la consulta anterior. Esta vez voy mejor vestida que en las ocasiones previas porque más tarde iremos a comer a un restaurante. Llevo unos pantalones blancos ligeramente anchos y una camiseta de manga tres cuartos con líneas horizontales blancas y negras. En los pies unas Converse rojas que le dan el toque de color al look. Además, por si luego refresca, llevo en el coche una chaqueta de cuero negra. Estamos en abril y, aunque los últimos días ha hecho bastante calor, siempre puede torcerse el día y me gusta ser previsora.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora