4. Cicatrices.

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- ¡Miri! – Mi tocaya se escabulle de las manos de su maquilladora y recorre el camerino con los brazos abiertos para abrazarme. Lleva puesto un conjunto rojo muy sexy de braguita y sujetador y una especie de capa del mismo color que le cae desde los hombros hasta los pies. Ya está preparada para abrir el concierto. - ¡Qué ilusión que estés aquí! Por fin te dignas a venir, guapa.

- Estás increíble, tía. – Cojo su mano y hago que de una vuelta sobre sí misma. Ya he visto ese look en miles de fotografías, pero en persona es mucho más impresionante. Mimi me coge de la cara con ambas manos y me llena las mejillas de besos cariñosamente. Cuando me suelta, busco a Silvia y le pongo una mano en el hombro. – Ella es Silvia.

- La fisio. – Dice la rubia. Como si la conociera de toda la vida, con su naturalidad habitual, la envuelve entre sus brazos. – No te pases con Miriam en la consulta que luego en casa no hay quien la aguante. – Bromea.

- Ah, ¿vivís juntas?

- Sí.

- Temporalmente. – Matizo.

- Bueno, ella sabe perfectamente que se puede quedar hasta que quiera. Pero es muy cabezota. – En ese instante, una de las coordinadoras del evento entra al camerino y les dice a todas que se preparen porque están a punto de subir al escenario. Y todo se agita entre esas cuatro paredes. – Chicas, luego nos vemos. No os vayáis que así nos podemos tomar algo. – Después, se dirige solo a mí. – Y a ti te tengo que enseñar lo que te dije. – A pesar de sus escuetas palabras, sé que se refiere a la chica de la que me habló.

- ¿Está aquí? – Sin disimular, y llevándome un golpe de mi amiga, recorro la sala con la mirada.

- No, tía. Ya estará abajo con la cámara.

Pronto vienen a por Mimi, que ya es Lola Índigo, y también nos guían a nosotras hasta una de las gradas de la plaza de toros. Es un espacio reservado y apartado del tumulto de gente. A pesar de que está un poco lejos del escenario, se trata de una zona muy centrada y gracias a los potentísimos altavoces lo escucharemos perfectamente. Compartimos ese espacio con más gente, como parte del equipo y algunos amigos de Mimi y de las bailarinas a los que tan solo conozco de vista.

En cuanto las luces se apagan y empieza el espectáculo, la actitud de Silvia cambia por completo. No hay ni rastro de esa ligera vergüenza que percibí en ella cuando estábamos en el camerino y no conocía a nadie. Se pone en pie y empieza a pegar berridos que poco tienen que ver con cantar, pero resulta muy gracioso. No se sabe todas las letras, aunque no le importa y es capaz de inventárselas.

También baila. Lo hace sin parar a pesar del escaso espacio, y lo hace bastante bien, adaptándose al ritmo de cada tema. Y, como no puede ser de otra manera, me uno a ella. Me encanta bailar y más si es con alguien que se implica tanto en ello. Aunque todos disfrutan de la noche en el reservado, nadie lo hace como nosotras, que acabamos exhaustas. Pero de eso no me doy cuenta hasta que el show está acabando y dirijo una mirada a nuestro alrededor.

- ¡Qué puta pasada! – Grita Silvia sin dejar de aplaudir cuando concluye el concierto. – Me dijeron que en directo era buena, pero joder. Es muchísimo mejor de lo que pensaba.

- Es una fiera. Ven, corre. – Cojo su mano y tiro de ella para que no se quede atrás.

- ¿Dónde vamos?

- Al camerino. Tienen un ritual cuando vuelven de actuar. Ya verás. – Corremos por la planta superior hasta las escaleras, ya que nos toca bajar unos cuantos pisos a toda velocidad si queremos verlo.

- ¡Miriam, tu rodilla! – Protesta la chica cuando me ve saltar los escalones de tres en tres.

- Ahora mismo no eres mi fisio. El martes lo arreglas.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora