33. De cara.

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NARRA SILVIA

Parece un día perfecto. El sol está empezando a caer, de manera que sus rayos anaranjados me alcanzan la piel sin llegar a resultar molestos. Tampoco hace viento, ni calor, ni frío. Me he echado una chaqueta por los hombros, pero ni siquiera he necesitado enfundarme las mangas. Si dirijo la vista al frente me encuentro con un cielo que podría ser perfectamente de postal o de la escena final de una película.

Quizás por todos estos factores la fisioterapeuta de mi hermano, Rocío, ha decidido que la sesión de estiramientos del día de hoy la harían en el patio trasero de la residencia. Ha tumbado a Iván en el suelo, en una gran toalla que ha extendido sobre el césped, y con la melodía de las voces de algunos pajaritos de fondo le ayuda a realizar diferentes movimientos corporales.

Por mi parte, observo la escena desde el banco de madera que hay en el porche, a una distancia prudencial para no inmiscuirme en la sesión. Los oigo hablar y reír de vez en cuando, pero no diferencio las palabras, lo cual también me ofrece a mí un rato de desconexión al aire libre. Cierro los ojos e introduzco en mis pulmones todo el aire que son capaces de admitir. Después me llevo las rodillas al pecho y me abrazo las piernas. Disfruto de la soledad, de la calma y del aire acariciándome la piel, que son algunas de las cosas que últimamente estoy apreciando más que nunca.

- ¿Puedo? – Escucho la voz de Rosa, y cuando giro la cabeza me la encuentro de pie al lado del banco. Asiento con una pequeña sonrisa, se sienta a mi lado y vuelvo a enderezar la mirada. – Qué buen día hace hoy, ¿eh?

- Sí. La idea de Rocío de hacer aquí la sesión ha sido buena.

- De Rocío no sé... Me apuesto algo a que se le ha ocurrido a Iván. – Dice, justo antes de echarse a reír. Cuando he llegado de trabajar ya les he encontrado fuera, así que puede que tenga razón, y más sabiendo lo persuasivo que puede llegar a ser el chico. – Siempre ha sido muy alegre, pero últimamente irradia felicidad. Incluso tiene menos dolores.

- Será por el tonteíto ese que se trae con el de las prácticas... - Vacilo, y compartimos una risa. La mujer es la responsable de Iván y, además, ha pasado muchísimo tiempo con él, así que sabe tan bien como yo que uno de los motivos de la felicidad de mi hermano es que Oliver cada vez corresponde más a sus atrevimientos. – Mientras mejore, que se ilusione con quien quiera o con lo que quiera.

- ¿Y tú? ¿Qué hacemos contigo? – La sonrisa se me borra, porque sé que quiere traer un tema del que prefiero no hablar y del cual he conseguido escabullirme con ella muchos días. – Yo estoy encantada de tenerte en el centro todos los días, ya lo sabes, lo que me importa es el motivo. – La palma de su mano me aprieta el muslo. – Hace ya unos días que los periodistas ni se acercan por aquí y cada vez se escucha menos tu nombre y el de tu hermano.

Desde que Miriam dijo que no somos pareja, a la prensa parece que dejé de importarle. Al día siguiente solo había un periodista en la puerta de mi edificio que quería saber qué hacía con la cantante de la mano en plena noche si no éramos pareja, pero a partir de ahí nadie me ha vuelto a molestar. Los titulares no llevan mi nombre, y si me mencionan es solo de manera indirecta para hablar de lo que pasó.

Sin embargo, yo me he adaptado a estar tras los muros. Aquí dentro me libré del caos, y ahora tengo la sensación de que en ningún lugar puedo estar más segura. Por eso he adoptado la misma rutina en mi día a día: trabajar e ir a la residencia, pasando solo por mi casa para cambiarme de ropa o coger cosas. Incluso duermo en la misma habitación que mi hermano, en un pequeño sofá cama que me han traído de otro cuarto en el que ya no se usa.

- No te reconozco, Silvia. Hace ya siete años que te conocí y jamás te he visto así. – Prosigue. – Entiendo que de primeras te agobiara todo esto, pero ya ha pasado. ¿A qué esperas para volver a tu vida normal?

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora