42. Nosotras.

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NARRA SILVIA

Después del inesperado encuentro con el chico, volvemos a casa en un silencio que solo interrumpe la naturaleza y algunos ladridos de Yaco. Por mi parte ha habido un intento de hacerla reír y no ha salido tan bien como me hubiera gustado, por lo que no he vuelto a intentarlo. Entiendo que la situación que acaba de vivir no es fácil. Se intenta mantener estoica, pero reencontrarte con una persona que te ha destrozado hace no demasiado tiempo te desestabiliza por completo.

De esa historia no sé demasiado. Puedo ser muy descarada, pero también sé que no hay que forzar una puerta a la que has llamado un par de veces y nadie abre. Por conversaciones con otros me he enterado de que estuvo con Pablo durante muchos años, prácticamente desde que eran dos críos, y que él fue quien la dejó a ella al salir del programa. Al parecer, conoció a otra persona y ahora se van a casar. De los detalles no me han hablado, pero Miriam lo pasó tan mal que ese tema parece seguir siendo un tabú.

En nuestro paseo de vuelta a casa, mientras el sol ya se está marchando, me encantaría viajar hasta sus pensamientos y leerlos solo para comprobar que, a pesar del choque, está bien. Cuando la falta de respuestas amenaza con ahogarme, mi mano busca la suya y entrelazo nuestros dedos. Ella gira ligeramente la cabeza, me mira y sonríe. Entonces, el silencio empieza a importarme un poco menos. Está bien; estamos bien. Solo necesita tiempo para procesar y quién soy yo para negárselo después de lo mucho que ella me ha ayudado a mí.

Una vez en casa, después de rellenar los cuencos de Yaco con agua y comida, Miriam desaparece escaleras arriba con la excusa de dejar nuestros abrigos. Su regreso se demora más de lo esperado, y mi pie pisa el primer escalón en un par de ocasiones amenazando con ir en su búsqueda. Pero me contengo y merece la pena, porque cuando baja de nuevo lo hace alegre y casi corriendo. Parece que todo lo de antes no hubiera ocurrido. La estoy esperando en la cocina, sentada en una banqueta alta, y cuando me ve se lanza a mis brazos como una niña a la que va a recogerla al colegio su abuela por sorpresa.

- ¡Qué me tiras el móvil! – Exclamo sorprendida. Dejo en la encimera el teléfono, que casi sale disparado por su efusividad, y correspondo el abrazo. - Con estos abrazos deben recibirte en el cielo.

-Idiota. - Murmura riendo, con la cabeza escondida en mi cuello.

-Desde que hemos llegado a Galicia creo que lo que más me gusta de ti son tus abrazos. - Miriam se separa de mí unos centímetros para mirarme a los ojos sonriente, pero deja las manos anudadas a mi cuello.

- ¿Y antes qué era?

-Tu culo. - Bromeo. En ese instante recaigo en que mis manos están apoyadas justo en esa zona de su cuerpo, así que lo aprieto y la rubia se ríe.

-Por eso te aferras tanto a él...

-No se me vaya a escapar. - Sigo el juego. Después le robo un suave beso en los labios y, al notarla receptiva, lo alargo un poquito más. Creo que no he sido consciente de cuánto necesitaba este tiempo a solas con ella lejos de todo hasta que lo he tenido. - ¿Todo bien? - Pregunto, refiriéndome a lo que ha pasado hace un rato en el bosque, a su posterior desaparición en la planta superior y al lío de pensamientos que debe tener en la cabeza. Sin embargo, parece que se ha olvidado de todo o lo finge genial, porque sonríe con calma, respira de mi aire y es ella quien me da un rápido beso en los labios.

-Más que bien. - Sentencia. Entonces, se separa de mí por completo y empieza a merodear por la cocina agarrando utensilios e ingredientes. - ¿Preparada para probar la mejor tortilla de patatas del mundo?

Su pasado, y también el mío, se quedan a las puertas de esa cocina y de la casa. Cocinamos mano a mano lejos de los problemas y me resulta fácil apreciar los pequeños detalles cotidianos a los que no estamos tan acostumbradas como querría. Me manda a poner la mesa mientras ella corta patatas y va cantando cualquier canción aleatoria que se lo ocurre. Tengo el privilegio de vivir pequeños conciertos constantes a su lado. Yo la interrumpo con besos y caricias, que se me da mucho mejor.

Dos versos enredados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora