4 meses antes de Lis y 7 meses después de Elídan

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La habitación de huéspedes de la casa de la abuela de Lanz antes me parecía grande, pero ahora que Annia me mira así, con esos ojos agudos y sagaces, me da la sensación de que el espacio se reduce más y luego más

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La habitación de huéspedes de la casa de la abuela de Lanz antes me parecía grande, pero ahora que Annia me mira así, con esos ojos agudos y sagaces, me da la sensación de que el espacio se reduce más y luego más.

—¿No tenías que estar en tu campamento? Lo que quieras decir puedes hacerlo por teléfono, u mejor aun, en casa—tuve que decir algo; el silencio me estaba matando.

—A mí me hubiese gustado hacer eso, pero como nadie me dice nada tendré que tomar un taxi que lleve hasta allá. No podré divertirme si no arreglo esto primero. ¿Qué puedo hacer cuando no quieres hablar en casa y me dejas en visto cuando te pregunto que ocurre? Tampoco es como si pudiéramos hablar tranquilas con nuestros padres en casa.

¿Qué puede hacer? Seguirme la corriente, eso hubiese sido agradable. Que bueno fuera si me diera tiempo para ordenar todo lo que tengo aquí dentro, en este hueco oscuro que dice llamarse cabeza.

—Dime que está pasando, Lis. De verdad creo que algo no anda bien, lo siento —cuando Annia me toma la mano así es difícil pensar, me hace querer decirle todo y al momento de abrir la boca no sale ningún sonido.

—¿Qué quieres que te diga, Annia? —un reproche, eso fue lo que salió.

—No hice todo esto para escuchar una mentira.

—¿La competencia matemática será difícil?

—Lis...

Se vuelve más oscuro... ¿Qué ocurrirá si se lo digo? ¿Me rechazará? ¿Se sentirá decepcionada como mi madre? Si se lo digo, podría verme diferente.

—Lis.

El papel que había decidido guardar dentro de mi mochila, ¿debería sacarlo? ¿Debería dejar que ella lo vea?

—Mamá dijo que te contaría cuando regresaras del campamento. Tal vez sí lo haga.

—O tal vez no. De cualquier forma, quiero escucharlo de tu boca.

—Toma, léelo por ti misma y dime tú si crees que me pasa algo —ya está acabó de arrojarme por la borda.

La hoja está toda arrugada tal vez ni siquiera logre entender lo que dice.

—¿TLP?

Sí, lo entendió.

—Lis, ¿estás enferma?

—¡Estoy loca! ¡Eso es lo que tengo! —tenía que pasar y pasó: me desmorone.

—¿Quién dice?

—El papel que tienes en las manos.

Tal vez cree que si lo sigue mirando el resultado va a cambiar. Yo hice lo mismo y no pasó.

—¿Y por eso me has tratado así? ¿Por qué tener TLP te vuelve una persona loca?

—¿Querías más? ¿Soy si quiera una persona? No puedo decirte con certeza quién soy, ¿de quién eres hermana? ¿De cuál de todos mis yo? —¿A cual de mis yo están respondiendo las lágrimas?

—Lis... eres mi hermana. Todas las historias que has escrito son mundos diferentes, personajes distintos, pero al final vienen de un mismo lugar, de ti. Estás en todos esos libros, porque son tuyos. Deberías ser la que lo entienda mejor que nadie porque eres como eso libros. Tal vez tengas muchas personalidades, pero todas son tuyas, nacieron de ti. Eres tú, de una o otra forma.

De algo sirvieron los apuntes que hice en los márgenes, así ella no tuvo que preguntar lo que implicaba tener mi transtorno. Lo ha entendido demasiado bien.

—No sé porque lo hice, Annia... No sé porque... —Suspiros tras suspiros, míos y suyos.

—¿Recuerdas cuando estuve hospitalizada por más de un mes por culpa de ese virus que presumía de ser mortífero y quizás contagioso?

—Lo recuerdo.

—Tú me visitaste todos los días, los demás también me visitaban.

—No era contagioso. —Debo dejar de sorber o me dolerá la nariz.

—Pero ustedes no lo sabían aún. Se arriesgaron para no dejarme sola. Es lo mismo contigo, esta enfermedad no impedirá que yo quiera seguir a tu lado. Déjame apoyarte, Lis.

—¿Qué enfermedad? —otra persona se mete en la conversación.

Lanz.

Sabía que había escuchado un ruido: la puerta abriéndose. La culpa es de la abuela por ser tan amable y dejar que todos vaguen libres por su casa a la hora que quieran. Aunque él tiene más derecho que nosotras.

—¡¿Le dijiste que viniera, Annia?!

—A él también lo ignoras, ¿qué podíamos hacer?

Pero a él parece que no le importa escuchar nuestra discusión en en este momento. Solo espero que eso que se escuchó crujir cuando dejó caer su mochila al piso no haya sido su camara.

—¿Qué enfermedad y quién está enfermo? No eres tú, ¿verdad, Lis?

¿Prefieres que sea Annia?

—Toma, velo tú mismo.

—Annia... —no importa si digo esto, ella ya le entregó la hoja a Lanz.

—Deberías sentarte en la cama antes de leerlo.

No tengo nada para decir.

¿Qué voy a decir yo? Parece que perdí voz en este asunto.

Las manos de Annia sobre las mías o cuando me acaricia el cabello, tienen un efecto sanador y al mismo tiempo desgarrador. Me hace querer seguir adelante, imaginarme mi futuro. Son como esa dosis de adrenalina que necesito para continuar con los ojos abiertos.

¿Existe un futuro para alguien como yo?

A la izquierda de la cama ella, a la derecha él y yo en medio de ambos. ¿Esto es estar atrapada o protegida?

—Todo estará bien... Esto es... Son...—no te obligues a decir lo correcto, no hay una frase correcta para algo así, Lanz—. Solo ven.

Los abrazos de Lanz son curiosos, hacen que todo se vuelva silencioso aquí dentro... las voces se van. Me hacen creer en que los momentos de paz de verdad existen. Me hacen querer desear que ese instante no termine nunca.

Pero si deseo que no acabe tal vez es porque sí debería acabar.

La flor que huía de la lluvia©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora