Capítulo 8

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Cerré los ojos

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Cerré los ojos. Los apreté con fuerza.

Seiscientos trece.

Abrí los ojos por décima vez.

Solté un mugido.

No estaba funcionando.

Miré a un lado y luego al otro, todavía recostada en la cama. Las cuatro paredes de esa habitación me hacían sentir cautiva.

Novecientos veintiocho.

Fue ahí cuando decidí darme por vencida. Ya estaba, el insomnio se había ofrecido a hacerme compañía, al menos hasta que, después de que mi mente le diera rienda suelta a mis pensamientos, mi cuerpo decidiera cooperar y rendirse ante el sueño. Desde luego eso ocurría a muy poco del amanecer.

Salí de la cama. Me acaba de dar cuenta de que allí no se escuchaba el canto de los grillos. Todo era muy silencioso de noche. Sentí un escalofrío. 

Arrastré los pies para llegar hasta el interruptor que estaba en la pared y prendí la luz. Ya con iluminación pude tomar tomar un cuaderno y un bolígrafo del escritorio. Volví a caminar descalza hasta la puerta y precioné el botón para que esta se delizara.

Miré a la izquierda y luego a la derecha.

Estaba despejado.

Fui a la izquierda.

Me detuve un momento cuando llegué al final del pasillo. Tenía frente a mi dos ventanas largas pero estrechas que abarcaban casi todo el alto de la pared. Entre ambas quedaba un espacio vacío, aunque no del todo porque había lámpara que parecía no funcionar o preferían no encender.

Me di la medida vuelta y me senté allí. Recargué la espalda en el espacio de la pared que quedaba libre. Apoyé el cuaderno en mis piernas y me puse manos a la obra.

Esa noche no sería tan perezosa como para desperdiciar el tiempo.

«La chica miró en dirección a sus compañeros.

Se encontraba entre la vida y la muerte pero no estaba asustada».

¿De verdad no estaba asustada?

"El verdadero miedo solo lo sienten los verdaderos valientes". Creo que eso lo dijo algún escritor en algún libro.

Me di unos golpecitos en la cabeza con la punta del bolígrafo y seguí garabateando.

«Ese enigmático hombre fue tan convincente que el pavor de la chica desapareció cuando tomó entre sus dedos el bolígrafo y firmó el contrato.

Pero, ¿no era un contrato una trivialidad, una simple formalidad? ¿Qué tan tranquilizador era si ponía en juego su vida?

Solo alguien que se ha dado por perdido, que esta harto de luchar, alguien como ella, se atreve a hacer tal apuesta.

La flor que huía de la lluvia©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora