Capítulo 15

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Pocos días después, me despertó cierta sensación extraña

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Pocos días después, me despertó cierta sensación extraña. Estaba segura de que algo se movía por encima del edredón, me recorría las piernas.

No me atrevía a abrí los ojos, pero eso ayudó a que mi olfato se volviera más agudo.

Olía distinto, sucio, como a... perro.

Abrí los ojos y entonces lo ví frente a mi cara.

¡Tenía un perro encima!

Salté de la cama y grité. Mi pie se enredó en la sábana y el animal, aprovechando mi incapacidad para levantarme de la cama, se me vino encima. Le di un patada torpe que bastó para este cayera al piso. Chilló pero se levantó de inmediato y siguió intentando venir hacia mí.

—¡Vete! ¡No te me acerques! —le dije, usando una de las almohadas como escudo.

Yo odiaba a los perros, más qué odiarlos les tenía pavor. Cuando era niña vi una película sobre un perro asesino y las imágenes me impactaron tanto que desde entonces no he tenido el valor de acercarme a uno. Y aunque hubiese sido ese el motivo principal o algún otro del qué no tengo conciencia, el resultado era el mismo: no me gustaban.

—¡John!

Él perro seguía jadeando, quería jugar pero yo quería que se fuera. Este era pequeño, de no más de cuarenta y cinco centímetros de altura, un cachorro. El amarillo de su pelo era hermoso, no lo negaba. No dejaba de menear la cola y babear en mi dirección, otros lo hubieran pensado lindo, pero para mí era como pararme frente a un tiburón terrestre.

Sus ladridos no ayudaban en nada.

—¡¿Hay alguien?!

John entró despavorido a la habitación.

—¿Necesita algo, señorita? —me preguntó, ignorando que lo que más me preocupaba era el perro.

—Ese animal. —Lo apunté.

El hombre miró al animal y luego a mí.

—¿El cachorro? —inquirió, desorientado.

Asentí muy rápido con la cabeza.

—¡Sácalo de aquí, por favor! —le rogué.

Por la cara que puso, estaba segura de que John pensaba que yo exageraba, pero todavía así tomó al perro en sus brazos para llevárselo.

—¿Qué fueron esos gritos? —preguntó Julián, desde la puerta. Estaba descalzo y en pijama. También tenía algunos documentos en la mano, así que deduje que vino tan pronto como escuchó que estaba pidiendo ayuda.

—Tal supongo qué la señorita le tiene miedo a los perros, señor —informó John.

Julián me miró.

—¿De verdad?

Asentí y me senté en una de las silla que estaban al rededor de la mesa.

—Lo siento, no lo sabía. Lo traje porque puede ayudar en la recuperación de mi sobrino.

La flor que huía de la lluvia©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora