Nueve de la mañana y la planta baja de la casa ya estaba invadida por las ondas sonoras de esas dos voces. Cuando mi madre y Annia discutían no había lugar para mí. Aunque no era solo durante esas ocasiones; la mayoría de las veces se volvían cómplices y yo no podía evitar sentirme distanciada de ellas. Ambas se entendían y ninguna de las dos me entendía a mí. Así de simple.—¡Te lo repito por centésima vez, yo no lo tomé!
—Eso dijiste la última vez y mi bolsa de cosméticos apareció misteriosamente en tu auto. Pero siempre dices que no sabes nada. ¿Qué sabes entonces? No ayudas nada, eh.
—Tal vez si fueras un poco más ordenada no tendrías que pasar por esto cada vez que sales —fue lo único que dijo mi madre para defenderse de las quejas de mi hermana. Annia podía darse el lujo de responder de ese modo sin obtener mayores represalias. En cuanto a mí, mi madre decía que el simple sonido de mi voz la irritaba.
—¿Para qué ocupas todo eso? —le pregunté. Ya no podía seguir escuchando una discusión a la que no le veía sentido: Llevaba toda la mañana en busca de su estuche de accesorios para teléfonos móviles, audífonos de cable, audífonos inalámbricos, batería portatil, franelas limpiadoras de pantalla, fundas intercambiables entre otras cosas—. Una vez allá acordamos dejar todos los aparatos electrónicos en el auto. No la necesitaras, te lo aseguro.
—No me gusta dejar cosas pendientes, no voy a estar tranquila. Además no es solo la batería, es lo que deje con ella y tampoco está —me respondió Annia mientras revoloteaba los cojines de los sillones de la sala. Uno amarillo cayó al piso.
Solté un bufido y miré hacia el piso con la intención de sumergirme en algún pensamiento, no importaba cuál solo debía sacarme de ahí.
—¡Pero estoy segura de que lo dejé aquí! —el gruñido de Annia me trajo de vuelta a la realidad. Todo el tiempo era así: hacía un escándalo por ridiculeces. No era perfeccionista ni maniática solo era... rara. No obstante, me atrevo a argumentar que la rareza viene de familia.
Lo peor del caso era que a ese ritmo volveríamos a salir tarde.
Me paré frente a la puerta y sacudí la rodilla derecha. En otras ocasiones me habría molestado mucho salir tarde de casa porque que a ella se le antojaba demorar más de lo planeado, pero esa mañana, a pesar de que estaba impaciente por salir, me sentía el doble de nerviosa. Revisé la pantalla de mi teléfono móvil. La imágen que usaba como fondo era una foto que habíamos tomado de improviso algunos meses antes. En ella aparecía yo junto a tres a tres personas más, una de ellas, la chica a mi derecha, era mi ruidosa hermana. Estábamos en el bosque. Íbamos a enterrar una cápsula del tiempo. Yo me senté en una roca porque caminamos y quería descansar las piernas. De un momento a otro ya los tenía a ellos al rededor de mí y de la nada el que estaba a mi izquierda dijo: «miren a la cámara».
¿En qué estaba? Ah sí, la hora.
Las nueve y media de la mañana.
Mi madre caminó hacia mí para darme una enorme botella de agua.
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La flor que huía de la lluvia©
Ficção AdolescenteLisseth sabe que las emociones son complicadas y las suyas no son la excepción. Pero jamás imaginó que acabaría en el consultorio de un neuropsiquiatra o, peor aún, atrapada en la mansión de Julián Abeln ni que ahí dentro conocería a esa persona... ...