«Estoy parado en medio de la calle vacía. El sol brilla con blancura. Las manecillas del reloj que nunca se equivoca apuntan que son las doce de la noche. Eso me hace dudar: ¿es de día o de noche? Si veo gente trabajando en una oficina creeré que es medio día; si veo gente durmiendo creeré que es media noche».
La anterior fue una emblemática frase de «Awaken», un drama que yo considero uno de los más impactantes del dos mil veinte. Esa cita también se adaptaba muy bien a situación en la que yo me había involucrado.
Estaba parada al borde de un acantilado, si me veían caer desde las alturas creerían que había tocado tierra, que había muerto. Si me veían caer desde abajo comprenderían que jamás me impacté contra el suelo, seguía con vida.
Esa era la verdadera ficción que yo estaba viviendo.
Déjenme rebobinar en todo lo que estaba sucediendo. Será difícil, pero hay que comenzar con lo básico.
Responder a las preguntas de cualquier lector diciendo que mi nombre es Lisseth Evans o que estaba muy cerca de cumplir mis diecinueve años el día de mi muerte, puede no ser de poca ayuda.
Tendré que decir las cosas sin irme por las ramas.
Yo no estaba muerta.
Y aunque me hubiese gustado, yo no era la que estaba dentro de ese ataúd.
¿Quién había tomado ese lugar? Eso era algo que yo tampoco sabía. Podía sonar extraño pero eso era lo que menos importaba en ese instante.
La mayor parte de mi vida fue difícil seguir la corriente de los demás y para ellos tampoco era fácil seguir la mía. Intenté adaptarme a las circunstancias, pero me resultaba muy difícil porque experimentaba distintos cambios en mi humor durante el día. Un segundo podía comportarme como una persona sociable y alegre pero al siguiente podía volverme distante, indiferente e incluso arrogante.
Por esas mismas razones, ser responsable de algo u alguien en particular era algo que me asustaba. Me aterraba llegar a ser especial o amada por alguien. Mantenerme al margen era más seguro y cómodo para mí. A pesar de mis esfuerzos, las personas se seguían acercando a mí. Querían creer que era la Lis agradable, enérgica y positiva que muy de vez en cuando me forzaba a ser. Y sí, a veces era lo que a mí también me gustaba creer.
¿Quién no lo desearía?
Los sentimientos negativos, consecuentes de la depresión y la ansiedad, eran cosa de todos los días. Eso mismo influyó en que pensará y viera mi presencia en este mundo como un error. Sentía que yo respiraba solo para dañar a las personas, que el aire se desperdiciaba cada vez que inhalaba.
Mi personalidad siempre parpadeaba y ciertos pensamientos se escondían tras una sonrisa falsa. Lo peor del caso fue que, por un breve interludio, mis amigos me hicieron creer que de verdad valía la pena vivir. Algunos de mis amigos me consolaban y decían que sentirse mal no tendría que ser una causa de vergüenza. Al menos fuera de mi casa lo entendían.
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La flor que huía de la lluvia©
Ficção AdolescenteLisseth sabe que las emociones son complicadas y las suyas no son la excepción. Pero jamás imaginó que acabaría en el consultorio de un neuropsiquiatra o, peor aún, atrapada en la mansión de Julián Abeln ni que ahí dentro conocería a esa persona... ...