Capítulo 28

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Hale estaba parado en la puerta, con la mano aferrada al marco del umbral y la mirada turbada

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Hale estaba parado en la puerta, con la mano aferrada al marco del umbral y la mirada turbada.

Julián volvió la mirada hacia mí, gruñó, se golpeó el muslo con el puño y se puso de pie para enfrentarlo.

Yo también me puse de pie.

—Sigues obsesionado con ese proyecto. —Hale se paró frente a su tío—. ¡Después de la muerte de mi padre no piensas más que en eso! ¿Crees que es correcto engañar a sus familias de ese modo? ¿Engañarlos a ellos mismos? —Me señaló.

Me puse tan nerviosa que mis manos acabaron apretujandose entre sí. Lo había retrasado todo lo que me fue posible, pero mi secreto más grande acababa de salir a la luz. Él sabía que yo estaba planeado morir.

—Shawn, regresa a tu habitación —aseveró el señor Julián.

Era más que lógico que el tío de Hale no lo quería involucrado en este tipo de negocios. Yo desconocía la razón.

—«¿Por qué no sacar provecho de las ganas de morir que tiene las personas?» —Hale le dio la espalda un segundo y luego se volvió a verlo—. ¿Eso fue lo que pensaste? Eso alimenta tu ego, tu experiencia y claro tu bolsillo —Era una de las pocas ocasiones en las que Hale recurría al sarcasmo—. Ganarías miles, quizás millones, ¿haciendo qué? Ayudando a las personas a morir y malgastando el dinero de mi familia para enriquecerte a ti mismo.

Julián inclinó la cabeza y sonrió, escéptico.

El chico vino hacia mí. Hice la cabeza hacia atrás por instinto.

—Lis, vamos. Salgamos de aquí. No creas en sus mentiras. Morir no es la solución, al menos no así. —Hale me tomó de la mano para llevarme con él.

Era como si dentro de mi cabeza existiera una gran nube de humo lacrimógeno: no podía pensar o ver con claridad la situación.

Fui tras él los primeros dos pasos, como si se tratara de un guía entre tanta confusión, pero cuando ese humo se concentró en una sola mitad de mi cerebro supe lo que tenía qué hacer.

—¡Es que yo ya estoy muerta! —Me solté de un tirón. 

—No, no es así.

Julián tomó la silla y se sentó, usó el respaldo para apoyar los brazos.

—Yo morí el día en que murió Elídan  —dije—. ¿Cómo puede vivir sin culpa una persona como yo?

—Tú no lo mataste —insistió, tomándome por los hombros.

Ese contacto me hizo sentir culpa.

—Sí, sí lo hice. —Me libré de sus manos—. Para poder encontrarme contigo ese día y, sin saberlo, Elídan se ofreció a ayudarme.

Me quedé en silencio unos segundos y Hale hizo lo mismo.

Miré hacia Julián, él parecía estar entretenido con nuestra discusión. Sus ojos me dijeron que continuara y eso hice.

La flor que huía de la lluvia©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora