Disfrutamos mucho aquella noche, madrugada tal vez, pero cuando salió el sol... un terrible resfriado se apegó a nosotros.
Aunque padecía escurrimiento nasal, dolor de cabeza, terribles escalofríos y estuve días con la espalda apoyada sobre la cama seguía sintiéndome bien, estaba bien. No se podía decir lo mismo de los pobres de John y Rose, quienes pasaron los primeros tres días de nuestro resfriado subiendo y bajando para hacer la labor de intercambiar las notas, y en ocasiones cartas, que Hale y yo nos escribíamos.
Eso sí, lo hacían gustosos.
Yo fui la primera en enviar una nota. La comencé con: «H.M, mi querido berrinchudo». Hale inició su respuesta con: «Lis, me querida extraña». Él firmaba como «H.M» y yo como «Lis».
Para el cuarto día, pudimos levantarnos de la cama y pasar un rato juntos. Para el sexto día, nuestros síntomas se había ido casi por completo. Una tosecilla fastidiosa todavía se nos adhería durante las mañanas y las noches.
No está de más añadir que mi trabajo literario se vio muy afecto durante esa última semana por lo que ya no podía permitirme ciertos lujos. Durante los dos días siguientes, tuve que esforzarme al máximo para recuperar el tiempo perdido que debía haber invertido en los capítulos finales de la historia.
Me senté en el sillón de la sala con chimenea, con la computadora sobre las piernas y estuve ahí por cuatro horas. Nadie me interrumpió en todo ese tiempo, no hasta la tarde cuando Hale se me acercó por detrás y me arropó la espalda con esa manta que era tan preciada para él. Luego se paró frente a mí, me dio un beso en la frente y acabó por sentarse en la alfombra. No me preguntó o dijo nada.
—Un libro... Escribo un libro, eso es lo que hago aquí —confesé de la nada.
Después de aprovecharme de su condición para engañarlo, creí que al menos debía decir eso.
—¿Y he ayudado en algo? —preguntó.
—Sí, un poco tal vez. —Apreté los labios, ocultado una sonrisita.
—No creo ser tan interesante, pero gracias por eso —dijo—. Será un honor haber ayudado en tu trabajo.
No entendí lo que estaba pensando, no mostró signos de sorpresa y, aunque sonrió, se abstuvo de bromear.
Cabecee y bajé la mirada para seguir tecleando. El silencio no era lo único que se notaba incómodo en la sala sino que Hale tampoco me quitaba los ojos de encima. Me resistí durante unos minutos, pero no pude soportarlo más.
—¿Pasa algo? —inquirí.
Asintió e hizo un sonido similar a:
—Hum.
—¿Y qué es?
—Me casaré contigo —soltó con voz baja porque sabía que a esa distancia podría escucharlo.
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La flor que huía de la lluvia©
Roman pour AdolescentsLisseth sabe que las emociones son complicadas y las suyas no son la excepción. Pero jamás imaginó que acabaría en el consultorio de un neuropsiquiatra o, peor aún, atrapada en la mansión de Julián Abeln ni que ahí dentro conocería a esa persona... ...