Capítulo 5

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Cerré la computadora con estrépito

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Cerré la computadora con estrépito. Sentía unas ganas inmensas de arrojarla lejos y terminar con todo de una vez por todas, pero en lugar de eso sacudí las manos. Ya habían pasado cuatro días desde mi falso entierro y mi mente todavía estaba bloqueada.

¡¿Cómo era posible?!

Cualquiera diría que me sobraba información sobre la cuál comenzar a escribir, pero no era tan sencillo. Todo se complicaba al momento en que debía desenvolver mis sentimientos.

No importaba cuanta información, ideas o temas tuviera flotando, arremolinandose sobre mi cabeza; lo que en realidad valía era lo que hiciera con ellos, el modo en qué lo moldeara. Eso era justo en lo que no conseguía complacerme.

Hastiada de luchar contra el muro que dividía mis pensamientos, decidí echarle un vistazo a las pantallas. Busqué la cámara que me mostraba mi habitación. Lo hice justo a tiempo. Dilan acababa de entrar. A saber que tuvo que hacer para ser capaz de convencer a mi madre para que lo dejara visitar mi alcoba. No sería una sorpresa que hubiera suplicado de rodillas para lograrlo.

Él escrutó la habitación, observando el tono rosa coral de las paredes. Ese fue color que eligió mi madre, a pesar de que le dije muchas veces que prefería un tono púrpura. A ella no le importó mi opinión, como ocurría casi siempre. Pero hasta mi padre admitía y se quejaba de que mamá se empeñaba en tener la última palabra. Lo peor del caso era que papá era muy parecido, por eso mismo el ambiente dentro de casa se volvía muy pesado cuando estaba en juego el resultado de una decisión. Era como esperar el veredicto de un juzgado.

Dilan levantó la vista al techo en donde yo había pegado algunos adornos. Cerró la puerta y al hacerlo su vista se enfocó en el gran cartel que yo había pegado en ella:

«Una tormenta no dura por siempre».

Eso decía. Supongo que lo tenía allí para recordármelo a mí misma, claro no funcionó todo el tiempo. Aunque al final yo decidí escapar en lugar de esperar a que la lluvia torrencial terminara. Pero al mismo tiempo yo era una tormenta que debía marcharse para que los demás pudieran vivir en paz.

Dilan pasó sus dedos entre mis lápices y bolígrafos. Esos los había estado coleccionando por varios años. Algunos de ellos me los regalaron y otros los compré yo misma. Un día decidí adornar un envase y me dije que colocaría ahí los bolígrafos que me habían acompañado, que me habían permitido terminar a mano el borrador de alguna novela.

Dilan se sentó en mi cama y tomó portaretratos que estaban sobre la mesita, a la derecha de mi cama. En la fotografía estábamos: Annia, Dilan y yo vestidos de gala. La habíamos tomado en la boda de un un familiar. Esa no era la única fotografía, por las paredes había cuadros con decenas de imágenes en miniatura que inmortalizaban los rostros y los momentos que pasé con mis amigos.

Dilan apretó los dientes, tragó saliva y noté que unas lágrimas rodaron por sus mejillas. Él no era del tipo de los que lloraba, al menos no en público.

La flor que huía de la lluvia©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora