El resto de la semana me concentré en escribir, lo hice como una desquiciada. Casi pierdo el alma en el proceso, pero valió la pena. Julián e incluso la editorial quedaron satisfechos con los primeros once capítulos. Menos mal.
El esfuerzo implicado no se notaba solo en el texto sino que también se reflejaba en mi rostro: tenía ojeras enormes al rededor de los ojos y mi piel tenía un matiz amarillento, enfermizo.
Rose se ofreció a compartirme un poco de su base de maquillaje porque nos dimos cuenta de que teníamos tonos de piel muy parecidos. Ella no usaba maquillaje dentro de la casa, pero dijo siempre se aseguraba de tener lo básico para cuando surgiera alguna ocasión especial. La seguí hasta su habitación, que estaba en el mismo pasillo que la mía. Dentro de esta se desprendía un aroma a algodón y loto. Me senté en la cama mientras Rose hurgaba entre sus cosméticos, dónde se encontró con un labial liquido de un tono rosa suave.
—Tomalo, niña —dijo al extender el labial en tubo hacia mí—. Es un regalo para ti.
—¿Para mí?
—Lo compré porque la joven de la tienda de cosméticos me insistió en que le gustaría a mi hija. Pero no tengo una —se le escapó una risita traviesa y cuando sentó a mi lado la cama emitió un chirrido—, solo un hijo que no termina de acarrearse problemas.
—¿Estaría más contenta con una hija? —pregunté.
—Estoy feliz con mi hijo y lo hubiera estado igual si fuera una hija. En especial si no se hubiera parecido a mi ex-esposo. Aunque tal vez no hubiese podido obsequiarte esto a ti. —Dejó el labial sobre mis piernas—. Y aquí está la base. Verse bien también puede hacernos sentir bien, ¿no te parece?
—Sí... me parece que sí —Tomé entre las manos los dos embasases cristalinos que traslucian el color de su contenido—. Gracias, Rose.
Me apliqué el maquillaje tan pronto como regresé a mi habitación. Me ayudó a mejorar la aparecía de la piel y a ocular un poquito las medias lunas oscuras debajo de los ojos. No quise vestirme con un vestido ni con una falda. Me puse unos pantalones blancos y una sudadera holgada de color azul marino. Esos eran los tonos más alegres que había en el closet.
Me di cuenta de que también había perdido peso, no mucho, pero era raro que disminuyera en lugar de aumentar si lo único que hacía era estar sentada la mayor parte del día.
Por un momento sentí miedo de pararme frente al espejo. Temía que este de pronto se convirtiera en un juez duro, que me mostrara algo que yo no quería ver o reconocer y que si una imagen escalofriante se aparecía ahí no fuera otra persona más que la verdadera yo. Quise inténtarlo de todos modos, al principio con los ojos cerrados pero después de un momento me armé de valor para abrirlos.
Contuve la respiración y liberé el aire poco a poco.
No estaba tan mal.
Logré sonreír frente al espejo.
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La flor que huía de la lluvia©
Genç KurguLisseth sabe que las emociones son complicadas y las suyas no son la excepción. Pero jamás imaginó que acabaría en el consultorio de un neuropsiquiatra o, peor aún, atrapada en la mansión de Julián Abeln ni que ahí dentro conocería a esa persona... ...