Capítulo 13

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La mañana siguiente desperté con una sensación de vacío

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La mañana siguiente desperté con una sensación de vacío.

Era como si faltara algo, como si la conversación que tuve la noche anterior con ese chico se hubiera transformado en un boceto mal trazado, una pintura que ha sido dejada bajo la lluvia. Eso en vez de preocuparme me dio esperanza. El hecho de que mi memoria estuvieran borrosa era porque quizá aquello fue solo un sueño.

Respiré hondo y me levanté de la cama. Luego fui al baño que estaba revestido con azulejos brillantes y se conectaba a la habitación.

Me di una ducha larga para calmar los malos sentimientos que me invadían. El vapor que humeaba desde la regadera se aglutinó sobre el piso, los espejos y paredes. Al salir, me envolví el cabello en una toalla para que absorbiera el exceso de agua y así fuera más fácil secarlo.

Descubrí que un buen baño, el aire tibio de la secadora sobre mi cabello y el ruido blanco que esta emitía eran un buen antídoto para el insomnio.

Me relajé.

Ya en la habitación, me paré frente a la ventana. Bastaba con tocar un botón del control remoto para que apareciera el fondo virtual de mi preferencia pero me gustaba ver el paisaje real que se mostraba del otro lado  del cristal de verdad; de ese modo yo podía hacer conciencia de la época del año en la que estaba viviendo. Y a Rose le gustaba recorrer las cortinas ella misma.

Ya era otoño.

El clima era agradable.

Deseé volver a la cama, pero me resistí. Me vestí con un pantalón color negro y un suéter de tejido color nude. Estaba lista para bajar, otra vez.

Llevé conmigo cuaderno y bolígrafo.

El tiempo libre y la mente ociosa debería ser un privilegio para quienes estaban exentos de compromisos. Yo no era una de esas personas. Yo debía canalizar mis pensamientos solo en aquello que me brindara inspiración para el nuevo capitulo.

Eso hice.

Me estaba yendo bien.

Estaba bien.

Lo estaba.

—Ahí estabas.

Alcé la cabeza en busca de la voz.

—Tengo tiempo esperándote —continuó el chico, desde el umbral de su puerta.

Mis reflejos reaccionaron un poco tarde y di un respingo, lo que provocó que soltara mis cuadernos.

Fue real.

—No soy el único que arroja cosas. —Meneó la cabeza. 

—Me asustaste —me defendí, con la mirada puesta en los bolígrafos que rodaban por el suelo.

—No encuentro una razón para eso. —Sonrió.

—Eres raro ¿sabes? —mi tono de voz fue mucho más relajado que el de los días anteriores.

La flor que huía de la lluvia©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora