Capítulo 21

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—Sí, ¿pero cómo saber cuando las personas que amas son buenas para ti o si tú eres bueno para los que te aman? —pregunté

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—Sí, ¿pero cómo saber cuando las personas que amas son buenas para ti o si tú eres bueno para los que te aman? —pregunté.

Después de la cena, nos acomodamos en la segunda sala, la que tenía chimenea. A mitad de la velada Jonh sacó a relucir el libro que había terminado de leer en una de sus noches de desvelo. Rose se fue en cuanto escuchó la frase: «Leí La Metamorfosis de Franz Fafka». Yo también hubiese abandonado la sala si hubiera sabido que el hombre iba a desmenuzar cada aspecto de la novela y de algún modo llegar hasta ese punto.

—¿Ser bueno? —dijo Jonh—. No creo que los humanos podamos ser considerados buenos uno para con otros. Tal vez seamos como el aire o el agua: indispensables, pero que también pueden volverse peligrosos y causar desastres. Pienso que solo podemos saber que estamos con alguien especial o volviendonos especiales cuando hacemos que los demás amen la vida y hagan que uno mismo ame vivir.

Hele excedió la mano hacia mí, pidiéndome el libro que yo había estando sosteniendo. Se lo dí y volví la mirada hacia Jonh.

—Aun así —dije—, hay aquellos que pretenden amar la vida por su cuenta cuando alguien que antes creyeron amar muere. ¿No es lo que hizo la familia de Gregorio?

Jonh asintió muy despacio.

—Claro, el amor tiene sus matices aunque rara vez pierde su pigmento original —concedió el hombre.

—Los sentimientos humanos son complejos —murmuró Hale, arrojando el libro por algún rincón de la sala.

Sí, sí lo son.

—Es aquí donde yo quiero preguntarle algo, señorita.

Fruncí el ceño, desconfiada.

—¿Qué es? —inquirí.

—¿Cómo es su familia? Porque debe o al menos debió tener una alguna vez. Todos fuimos parte de una.

Entorné los ojos y usé la mano para poyar la mejilla. Recorrí la sala con la mirada, en busca de una salida a la pregunta de Jonh, que me miraba con cordial interés. Hunter permanecía al lado de Hale, dejándose acariciar. El ambiente de esa noche era tan reconfortante y cálido que de pronto no ya quise escapar más, no a esa pregunta.

Crucé las piernas en forma de mariposa, puse una  manta afelpada sobre ellas y le di unos golpecitos al piso, invitando al cachorro a acercarse a mí y eso hizo. Vacilé un poco, pero al final me atreví a rascar la cabeza del perro. Este debió sentirse apreciado porque se acurrucó a mi lado.

—Mi familia —dije luego de un pesado suspiro—. Sí, tengo padres, y una hermana. Son todo lo contrario a mí. Yo soy su decepción. Mis padres son conservadores y activos. Mi padre trabajaba de contratista para un hombre... Taylor es su apellido, pero este fue enviado a prisión y su negocio quebró así que ahora mi padre y mi madre iniciaron en su propio negocio.

La flor que huía de la lluvia©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora