Capítulo uno. | SEGUNDA TEMPORADA.

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Narrador omnisciente.


Un día, Tom no recordaba cuando exactamente, fue el primero en el que al despertar sintió esas ganas inmensa de visitar a alguien que seguramente le daría las respuestas a muchas cosas, visitar a una persona que sin duda fue una figura de autoridad en su vida.

Despertó con un cielo gélido, con una fría y lúgubre habitación de ventanas cerradas, a pesar de no ser invierno se sentía como tal, podías sentir la frialdad de la mañana calarte los huesos.

Tan solo recordaba vagamente como es que, en ayuno, vestido de traje como si acudiera a una gala, caminó por las frías calles de la ciudad con un ramo de flores para llegar a su destino, un terreno enorme que era cubierto por grandes muros que dividían este lugar de las calles y sus alrededores, identificándose, accedió al lugar buscando entre tantos a una persona en especial, pidiendo disculpas por aquellos a los que les faltaba el respeto al cruzar imprudentemente por encima.

Constance Armstrong.

“No llores por mi partida, porque cada lagrima que derramas inunda mi camino e interrumpe mi andar. Recuerda que todavía te extraña mi corazón y si te oigo llorar, lo primero que haré será voltear hacia atrás.”

“Estaré en la luna que veas en la noche, en el aleteo de un colibrí, en la foto que tomes como recuerdo de una vida gozosa.”

Tom, se hincó ante esa lapida de granito negro leyendo nuevamente el escrito que tenía, puso las flores sobre esta misma tumba, siempre que llegaba venía con las manos llenas de arreglos florares— Permiso. —Pidió y se tomó la libertad de sentarse frente a esa lapida en el fresco pasco de aquel cementerio.

Se sabía de memoria esas palabras que acompañaban el nombre de la madre de la mujer que amaba. Sabía que el primer escrito era una Crónica del Mictlán, le sorprendía como es que aquellas dos mujeres parecían interesadas en las leyendas de esa cultura. Ensanchó una sonrisa con ternura.

Estaré en la luna que veas en la noche” Moony, Moa “En el aleteo de un colibrí” A pesar de haber pasado un año tenía presente ese recuerdo, en las cabañas, cuando la morena le relató aquella leyenda sobre los mensajeros del Inframundo. “En la foto que tomes como recuerdo de una vida gozosa” Todo iba dirgido a su hija, a la persona por la que trabajó día y noche para llenarla de las cosas que esta quería, para que ella misma no se sintiera sola al no tener una compañía paterna.

— ¿Cómo puedo empezar? Hoy no he desayunado... Apenas abrí los ojos, a diferencia de otros días, amanecí con tantas ganas de venir a verte. —Habló a la nada mientras su mirada recorría todo el cementerio, solo podía distinguir a lo lejos unas cuantas personas que como era normal, visitaban a sus muertos.

Tom había comenzado a visitar aquel lugar cada mes desde que Moa había desaparecido de su vida. Hablaba con tanta normalidad tal cual Moa lo hizo una vez a orillas del río en aquel viaje.

Él le hablaba a la nada, o al todo, le contaba todo con lujo de detalle, era ese lugar el único en el que podía sentirse tan libre de decir lo que sea, cosas que a veces no le contaría a Emma por nada del mundo.

— No hay novedad de ella.. —Susurró con algo de melancolía.— No la he visto, solo sé que está ahí porque ahora ya es noticia que al parecer Robert y ella son pareja, no lo sé. —Dijo con desgano.— No he prestado atención a eso, en realidad... Debes odiarme por faltar a mi palabra ¿No? Yo lo hago, la lastimé, no hace falta que cuente cómo o por qué, ya lo sabes.

Detrás de la cámara. © [Tom Felton] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora