Capítulo 34

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    Allie revisa la hora en su móvil y lanza una maldición al percatarse de que la mañana ayudando a Rosie se le pasó de largo y que debe irse pronto.

Normalmente no pisaría el piso de la escuela durante el fin de semana, pero la inauguración del memorial para Audrey será justamente en el día que se cumplen dos meses de su muerte y no puede faltar por nada en el mundo.

Se levanta de un salto del sofá en la oficina de Rosie y comienza a juntar sus cosas para echarlas desparramadas dentro su bolso y poder irse pitando a casa para darse una ducha y cambiarse de ropa.

Ha estado en Gloria's ayudando a Rosie con algunos carteles publicitarios y tratando de organizar algunos canjes con influencers para que hagan propaganda a la cafetería en sus redes sociales.

Ella misma ha subido varias fotos en la cafetería y las personas siempre preguntan en los comentarios y luego la etiquetan cuando vienen a comer o beber algo con sus amigos.

Se hace una cola de caballo medio despeinada y sale rápidamente de la oficina con el teléfono en las manos para pedirse un Uber.

—¡Henstridge! —llama Jason, alarmado.

La pelirroja alza la mirada con el ceño fruncido en el preciso instante en que choca con Andrew y una bandeja con pedidos que van a parar directamente sobre ella.

—¡Ay, Dios! ¡ay, Dios! Jesucristo santo —se hiperventila Andrew, llevándose las manos a su cabello con mechas color verde fosforescente, buscando algo para ayudarla a limpiarse—. No te vi. Lo siento mucho.

Jason se acerca a grandes zancadas, tratando de no pisar el suelo mojado con una serie de cafés, jugos de frambuesa y uno que otro brownie.

—Ten. Límpiate con esto —le tiende uno de los paños que usan para limpiar el mesón y la guía hasta los baños—. Entra a limpiarte. Estaré aquí por si necesitas algo. Le preguntaré a Rosie si hay alguna camiseta que pueda prestarte. De las cosas perdidas quizás.

—Rosie no está. Salió a comprar un regalo para Sam —dice Allie, tallándose el sector del estómago, donde una mancha café y roja adorna su blusa blanca con tirantes de seda—. Habla con Maude. Puede que una de las chicas tenga algo en su casillero.

—Vale —asiente Jason—. Volveré en un minuto. Pon el pestillo a la puerta.

Allie deja salir un suspiro al verlo alejarse por donde acababan de venir.

Entra al baño y se quita la blusa para tratar de limpiarla en el lavamanos con un poco de jabón, quedándose con un simple sostén negro de encaje.

Al menos es un sostén lindo.

—Es seda —se lamenta—. No tengo tiempo de ir a la tintorería.

Sigue fregando con fuerza y no escucha cuando la puerta se abre y un hombre en sus cuarenta entra en silencio.

—No pude evitar seguirte, ¿sabes? —dice con voz ronca.

La pelirroja alza la cabeza y lo observa a través del reflejo en el espejo.

—¡¿Qué hace?! —chilla, volteándose de frente a él y cubriéndose con la blusa mojada. Ahora le va a dar hipotermia—. Este es el baño de mujeres. El de hombres está al lado. ¿No leyó el letrero?

—No estaba buscando el baño de hombres. Estaba buscándote a ti —cierra el pestillo que Allie olvidó—. Te he estado viendo. Siempre vienes aquí. Al principio te observaba desde la ferretería al otro lado de la calle, pero decidí que necesitaba estar más cerca de ti.

El hombre es alto y corpulento. Tiene la piel blanca, la cabeza calva con apenas unos indicios de cabello cano en los costados y unos ojos cafés que la observan con detención y se detienen en su pecho cubierto con la pequeña prenda apretujada entre las manos de la pelirroja.

Just That Girl: Porque amar nunca fue tan prohibido ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora