Capítulo 35

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    Allie se deja caer con desgano en la silla mecedora de roble en la tienda de Melanie Abrams mientras sus amigas entran y salen de los probadores, modelando distintos modelos para el baile de graduación y simulan bailar con compañeros imaginarios.

La pelirroja escogió su vestido la semana pasada cuando Melanie se ofreció a vestirla para el baile a cambio de publicidad y ella aceptó.

Ahora que sus padres estaban en medio de una batalla campal por el dinero que amansaron durante veinticinco años, Allie decidió que todo dinero es bienvenido para costear sus gastos y eso incluye canjes y patrocinios en redes sociales.

El club de teatro dio por finalizada la temporada el miércoles por lo que las chicas decidieron ir a elegir sus vestidos juntas ese viernes.

Amy se sienta junto a Allie y se quita los tacones verde neón que se probó.

—Ir de compras es más cansador de lo que parece, ¿no crees? —hace una mueca, recibiendo el café que Allie le ofrece—. Gracias —sonríe, acomodándose en su asiento—. Hay algo que he querido preguntarte desde hace algún tiempo.

—Soy toda oídos.

—¿Qué va a pasar cuando te vayas a Italia? ¿Bruno no irá a visitarte? ¿Es por eso que estás triste?

—No estoy triste —niega, dándole un sorbo a su café para tener tiempo de formular una respuesta creíble que no incluya a cierto maestro de literatura—. El divorcio ha sido complicado, pero espero que todos ustedes vayan a visitarme en Italia. Les daré un tour por el viñedo y podrán quedarse en la hacienda porque hay como mil habitaciones. Será como si estuviésemos en un chateau de cinco estrellas en el sur de Francia.

—Elegante —ríe Amy, haciendo un brindis—. Iré a pagar mi vestido. Vuelvo en un minuto. Asegúrate de que Amelia y Carrie no se maten por el vestido rojo.

La pelirroja asiente y observa a Amelia y Carson bailando vals.

Todo parece recordarle a Jason.

Mira al suelo donde su bolso descansa y esconde un gran secreto.

Luego de que el memorial de Audrey terminara y Allie tuviera un íntima y desgarradora conversación con Dorian, la muchacha había salido al estacionamiento en busca de su madre y se quedó de piedra al ver a Jason apoyado en la muralla con un cigarrillo entre los dedos y una pequeña bolsa roja.

—No sabía que fumabas —dijo con tono despreocupado.

Jason dejó salir el humo de su boca y la miró directo a los ojos.

—Es un mal hábito lo sé —asintió, manteniendo la distancia—. Creo que tu discurso fue muy emotivo. Me hiciste llorar.

—Supongo que ahora estamos a mano. Tú me haces llorar y yo te hago llorar.

—Henstridge —murmuró con una mueca, aplastando la colilla contra la pared de cemento—. Sabes que no es mi intención. Jamás he querido hacerte daño. Si fuese por mí, no dejaría que nada te hiciera llorar, especialmente yo. No podemos estar juntos porque seríamos la comidilla de todos y nos meteriamos en un montón de problemas. No es justo para ninguno de los dos.

—Lo sé —sonrió apenas—. Tengo que irme. Mamá está esperándome.

Se ajustó la pañoleta de seda alrededor del cuello y avanzó en silencio por el pasillo que une los diferentes edificios de la escuela y está iluminado vagamente por las luces provenientes del aparcamiento.

Cerró los ojos, obligándose a sí misma a ignorar los pasos de Jason y el sonido de su voz llamándola.

—Allie, espera —muy tarde. La alcanzó.

Just That Girl: Porque amar nunca fue tan prohibido ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora