Capítulo 30

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    Audrey Verónica Parker falleció a la edad de 17 años, en la madrugada del sábado 21 de marzo, luego de recibir tres impactos de bala en el abdomen en los pasillos de la escuela secundaria privada a la que asistía.

Sus amigos y compañeros fueron testigos del momento en el que su cuerpo fue sacado de la escuela en una camilla metálica para ser llevado a la morgue.

No importó que estuviera cubierta con una sábana blanca, el encaje de su vestido rosa pálido colgaba de la camilla con manchas de sangre y su cabello castaño ondeaba con el cálido viento de la noche.

Algunos policías y maestros trataban de mantenerlos alejados de los forenses, pero parecía que nadie los escuchaba.

Todos estaban demasiado impactados ante aquella escena como para poder moverse de sus lugares.

Padres y familiares comenzaron a llenar los estacionamientos, preocupados por la información que estaba filtrándose a la prensa sobre una víctima fatal y múltiples disparos perpetrados dentro de la escuela.

Sarah Centurioni bajó de su auto con rapidez, sin preocuparse por su esposo. Corrió entre el mar de personas en busca de su hija y sintió como las piernas le temblaban cuando la vio cubierta de sangre.

—Allie —la llamó con voz estrangulada.

Su hija volteó hacia ella con la mirada perdida.

Sarah se apresuró en abrazarla, sin estar segura de lo que acababa de suceder. Solo recordaba cuando la llamaron por teléfono y le dijeron que debía ir a la escuela con urgencia. Subió al auto lo más rápido que pudo mientras le ordenaba a su esposo que se apurara. Condujeron por sobre el límite de velocidad sin que nadie los detuviera. Todos estaban demasiado absortos ante las noticias que los periodistas se peleaban por presentar primero.

En la radio, una periodista comunicaba la información recién llegada.

—Según revelan nuestras fuentes, varios disparos se escucharon en la escuela secundaria privada Pengrove High durante las últimas horas, además de la presencia de un gran contingente policial y numerosas ambulancias entrando y saliendo de la escuela —decía la mujer. Evan apagó la radio al ver como su esposa tenía los nudillos blancos de tanto apretar el manubrio del Mercedes.

La pelirroja se aferró a los brazos de su madre y se quedó sin decir nada, simplemente sintiéndose aliviada al verla.

Estaba en shock.

—Estaba tan preocupada por ti —comenzó Sarah, pasándole los pulgares por las mejillas para quitarle los restos de lágrimas y maquillaje—. En la radio dijeron que había ambulancias y un montón de cosas. ¿Te hiciste daño? ¿Te cortaste con algún vidrio? Estás llena de sangre, cariño.

Allie bajó los brazos, dejándolos caer como peso muerto a ambos lados de su cuerpo como si no tuviese fuerzas.

—Audrey está muerta, mamá.

Sarah y Evan se quedaron petrificados.

Conocían a Audrey desde que las chicas tenían diez años y solían corretear por el jardín con sus sandalias a juego, bebiendo limonada rosa y se trenzaban el cabello en sus exclusivas fiestas de pijamas con comedias románticas de Katherine Heigl y mascarillas de papel que compraban por internet.

El saber que Audrey estaba muerta parecía tan surreal que sentían como si la castaña fuese a aparecer en cualquier momento y gritar «¡Sorpresa! Estábamos jugando».

Los Henstridge pudieron irse a casa cerca de las tres de la madrugada, luego de que Allie terminara de dar su declaración a la sheriff Rhodes y se despidiera del resto de sus amigos, quienes lucían tan afectados como ella.

Just That Girl: Porque amar nunca fue tan prohibido ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora