Capítulo 22

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     Allie baja las escaleras cerca de las ocho para esperar a que sus amigos pasen a buscarla para ir a la fiesta y se encuentra a su madre en el living, quien la observa de pies cabeza con ojo crítico.

—¿Dónde se supone que vas? ¿Las ventanas de Ámsterdam?

La pelirroja frunce el ceño, evaluando su elección de vestuario.

Sus tacones negros favoritos de Jimmy Choo, una falda negra ajustada de cuero con detalles plateados, un top burdeo de mangas largas y escote triangular acompañado del llamador de ángeles colgando de su cuello. Su chaqueta de cuero está doblada sobre su bolso baquero con flequillos.

Su maquillaje es simple. Los labios con su labial cereza favorito y las pestañas negras y onduladas. Después de todo, terminará con el rostro lleno de pintura fosforescente en un par de horas.

No luce como una prostituta.

Luce malditamente bien.

—Lindo, ¿no? —se apunta a sí misma con una sonrisa socarrona en los labios.

Su madre deja salir un bufido.

—Mañana es la fiesta de publicación del señor Edwards. No puedes salir y aparecerte mañana como si fueses un jodido zombi. Vas a quedarte en casa y te dormirás temprano como hacen las niñas bien.

—No me digas. ¿También vas a leerme un cuento y me darás las buenas noches? Estoy segura de haberte escuchado decirme que parezco prostituta y las niñas buenas ciertamente no lucen así.

—No intentes pasarte de lista, niña.

—¿Niña? —alza ambas cejas, sintiendo la ira apoderándose de ella—. ¿Necesito recordarte que soy tu hija? Tuve que hablar con tu jodido asistente para que me añadiera en tu agenda y así supieras que tenía planes para esta noche. Aunque por lo visto deberías conseguirte otro asistente, de lo contrario no estaríamos teniendo esta conversación.

—Sabes que estoy ocupada y no me vengas con tu carta de pobre niña a la que sus padres no le prestan atención porque fuiste quien decidió irse a Nueva York con Prue durante las fiestas.

—No actúes como si todo esto no fuese culpa de ustedes, mamá. Si decidieron irse a Londres fue por la editorial. No por la familia ni por querer un descanso, fue por trabajo —escupe, molesta—. Estoy segura de que estuvieron trabajando durante la cena de navidad y preocupados por los invitados de la fiesta de Año Nuevo en lugar de preocuparse por llamar a sus hijas que estaban en otro continente.

—Pobre de ti —repone su madre, sarcástica—. Vi lo bien que te lo pasaste con tu hermana. Todos lo vieron y hablan de ello. No eres Annie la huerfanita. Eres Allie Henstridge y será mejor que comiences a actuar como tal.

—¿Cómo una nenita caprichosa que vive bajo la sombra de su familia y los sigue como si fuese una perrita faldera? No sueñes con ello, mamá.

—¿Entonces qué? ¿Vas a negar que realmente eres una niña caprichosa que lloriquea por falta de atención, pero se ahoga en privilegios? Somos lo que somos porque tenemos claro nuestro lugar.

—¿Y cuál es mi lugar, mamita querida? —se cruza de brazos—. ¿Trabajando en la editorial o dirigiendo el viñedo para que puedas estar pendiente de mí y evitar que sea imperfecta?

—Eres una malagradecida. Te hemos dado todo lo que has querido. Durante toda tu vida, has tenido absolutamente todo. ¿Por qué no puedes aceptar que lo hacemos porque queremos lo mejor para ti y tu hermana?

—¿Te refieres a trabajar bajo la sombra de la familia y pretender que somos felices y que nos queremos mucho? Ya no estamos en los noventas, mamá. El nepotismo dejó de estar de a la moda y los divorcios se llevan con pendientes de diamante.

Just That Girl: Porque amar nunca fue tan prohibido ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora