Capítulo 11

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Allie echa una mirada a la hora en la pantalla de su teléfono.

Diez minutos para las doce.

El último tren a Charmin Heinz sale a media noche y probablemente tendrá que tomar un taxi desde la estación hasta su casa.

Debió hacerle caso a Alec e irse antes de que la noche de poesía terminara, pero ella había decidido quedarse para ayudar a ordenar lo que habían sacado de la bodega. Si se hubiese ido con Alec, no estaría contra el reloj y en estos momentos estaría en su habitación leyendo o viendo alguna película, tal vez incluso de fiesta con sus amigos.

Se maldice internamente, poniéndose la capucha del abrigo.

El reporte del clima no decía nada sobre lluvia y no quiso llevar un paraguas cuando salió de su casa antes de venir al pueblo.

Debería haber escuchado a Rosie y llevarse el paraguas que estaba en la caja de cosas perdidas de la cafetería.

Vuelve a sacar su teléfono y se lo guarda en el bolsillo de los jeans, esperando que la lluvia no lo arruine.

Un taxi toca la bocina, haciéndola sobresaltarse.

Se voltea con el ceño fruncido y ve como una sombra se asoma por la puerta trasera.

Van a matarla.

Adiós, aburrida vida adolescente.

Hola, cálido infierno.

—Henstridge —llama la persona, a penas asomando parte de la cabeza. Es Jason—. ¿Qué haces ahí parada? Entra al auto. Se te van a congelar hasta los huesos.

La muchacha lo piensa por un momento, sopesando sus opciones, antes de pasar por su lado y sentarse en el asiento trasero del taxi.

—Gracias —susurra, cuando se ponen en marcha.

—No hay problema. No iba a dejarte como un perrito abandonado bajo la lluvia. No soy tan cruel —sonríe.

—¿Qué va a pasar con el auto? Estoy mojando todo el asiento —mira al conductor a través del retrovisor, pero él niega con una sonrisa.

—No te preocupes, muchacha. Tu amigo se ofreció a pagar por el lavado del tapiz en cuanto se dio cuenta de que estabas caminando dramáticamente bajo la lluvia. Deberías preocuparte por el resfriado que se avecina. Eso que será un problema. Aunque nada que una sopa de pollo y una limonada con mucha miel no puedan curar.

—¿Realmente hiciste eso? —se voltea hacia Jason con los ojos bien abiertos.

Él se encoge de hombros y se quita el abrigo, quedando con una camiseta blanca de manga corta que no parece demasiado abrigadora. Al menos parece de algodón.

—Pontelo —le dice.

Allie niega con la cabeza. Jason va a congelarse.

—Tómalo, Henstridge. De verdad. Lo necesitas más que yo —le pasa el abrigo por los hombros y se asegura de que esté bien tapada, antes de volver la vista hacia la ventana.

La pelirroja suelta un suspira silencioso y evita mirarlo, pero se sorprende a sí misma observando la escena como si fuese un vídeo musical.

—Petersburg 383 —anuncia el chófer, sacándola de su ensoñación—. Son 8,99.

Jason saca un par de billetes y se los pasa.

—Gracias por traernos. Ahí está el dinero para el lavado del tapis.

Abre la puerta para bajar y la sostiene hasta que Allie baja también.

—¿Qué hora es? Se supone que debo tomar el tren a media noche o estaré perdida.

Just That Girl: Porque amar nunca fue tan prohibido ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora