Epílogo

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    Los primeros rayos de sol de la mañana comienzan a filtrarse a través de los vidrios polarizados de la camioneta de Alec.

Prue abre los ojos y deja salir un bostezo con el que podría tragarse Alaska y se estira para dejar un delicado beso en los labios de su esposo, quien duerme plácidamente en el asiento del conductor.

Una sonrisa aparece en los labios de Alec en cuanto la ve.

—Estas sí que son maneras de despertar —la besa en la punta de la nariz—. ¿Qué hora es?

—Creo que las seis, pero deberíamos ir andando si queremos usar las duchas de la estación de servicio comiencen a llenarse —explica ella, estirándose lo más que puede en el reducido espacio.

Está cansada y siente el cuerpo entumecido.

Después de todo llevan casi tres días en la camioneta.

Los padres de Alec necesitaban que alguien fuese a recoger algunas cosas que compraron en una subasta por internet y ellos se ofrecieron a ir a buscarlas porque llevaban bastante tiempo planeando un viaje en carretera y Montana parecía una buena opción, aunque ahora comenzaban a replanteárselo un poco.

Puede que el viaje a Montana no fuese extremadamente largo, pero han hecho más paradas que el metro porque siempre hay alguien que necesita orinar o estirar las piernas, eso sin contar las paradas para comer y sesiones fotográficas en medio de la nada.

Alec también se estira y vuelve a besarla.

—A veces me cuesta creer que realmente despierto junto a ti todas las mañanas. Mi esposa y yo. Señor y señora Beckendorf —juguetea con el anillo de bodas de Prue—. ¿Qué hacemos con los niños? —apunta hacia el asiento trasero con un movimiento de cabeza.

—Deberíamos dejarlos dormir hasta que lleguemos a la estación de servicio y entonces podremos ducharnos y conseguir algo para desayunar —se encoge de hombros—. Estoy muriendo por una hamburguesa con bacon.

—Tendré un orgasmo si sigues hablando de comida.

—¡Alec! —lo reprende, dándole un golpe en el brazo—. Los niños están dormidos, pero podrían escucharte.

—Está bien, lo siento —se disculpa encendiendo la camioneta y se une al poco tráfico de la carretera—. Vagina —dice por lo bajo solo para hacerla enojar—. Es broma. Sabes que te amo.

Conducen cerca de media hora y estacionan la camioneta en un lugar un poco alejado para que tengan espacio para el carro que está enganchado a la camioneta para las cosas de la subasta.

Abren una de las puertas de los asientos traseros y se encuentran con un revoltijo de mantas, chaquetas y bolsos que sirven como extensión de los asientos, además de dos personas plácidamente dormidas.

Allie está acurrucada contra Jason y esconde la cabeza entre la curvatura del cuello de su compañero de sueño.

—Hey —habla Alec, tirando una de las mantas—. Arriba, bebés dormilones. Hora de levantarse.

La pelirroja alza la cabeza con el ceño fruncido mientras se talla los ojos, aun adormilada.

—A las duchas —continua Prue, ayudándola a levantarse—. Aún tenemos seis horas de camino hasta Missoula y parece que va a nevar.

—Vale, vale —rezonga la menor, haciendo crujir los huesos al estirarse—. Ya vamos. Hay que sacar las cosas del maletero.

Los Beckendorf revisan los bolsos en el maletero mientras los tortolitos se abrazan como si estuviesen solos en medio de la nada.

Just That Girl: Porque amar nunca fue tan prohibido ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora