Capítulo 3

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    La casa de los Henstridge es un lugar que nunca parece estar en silencio.

    Ya sea porque alguien pelea por teléfono, con alguien del servicio, golpean las puertas y se gritan entre ellos.

    Allie baja para desayunar cerca de las diez, una de las empleadas le sonríe y le besa en la frente, dejando un plato con wafles frente a ella.

    —Gracias, Tina —sonríe, sirviéndose una taza de café.

    Tina debe rodear los cincuenta y ha trabajado con los Henstridge desde que Allie y su hermana eran pequeñas, siempre consintiéndolas y preparándoles sus pasteles y dulces favoritos.

    —Escuché a tu padre hablar por teléfono con tu abuelo —comenta Tina, secando los platos—. Creo que la caballería llegará al pueblo por el tema de la empresa porque tu padre le pidió a Ashley si podía hacer horas extras.

    —Probablemente es por la época, aparentemente las ventas de la empresa se disparan en otoño y el abuelo quiere asegurarse de conseguir la mayor cantidad de contactos y prensa posible en Estados Unidos, mientras que el tío Reed se encarga de las cosas en Inglaterra, lo cual es estúpido porque acá no necesitan tanta ayuda. Creo que los abuelos lo hacen porque quieren tenernos bajo supervisión o alguna mierda como esa.

    —No digas palabrotas —la regaña—. Tus padres van a enloquecer —susurra.

    —Todos, Tina, todos —suspira.

    —No me importa si tu abuela acaba de cumplir cien años, Josh. Ese certificado debía estar en mi escritorio ayer por la tarde —Sarah Centurioni, pelirroja hasta la médula y madre de Allie, baja las escaleras como si fuese un torbellino y se sirve una taza de café con el móvil pegado a la oreja—. Ya te lo dije, no me hagas despedirte por ser un incompetente. Sabes perfectamente que debemos tener ese certificado para concretar la venta. Los compradores no quieren cuotas, idiota. Pagarán en efectivo. E-FEC-TI-VO, ¿Comprendes?

    Corta la llamada y suspira con cansancio, retocándose el cabello.

    —Josh fuera, ¿Quién sigue ahora? —Allie aparta una silla para su madre.

    —¿Merlina? ¿Catherina? Ya ni siquiera lo recuerdo —se deja caer junto a su hija y suspira—. Hola, cariño —le da un beso descuidado en la coronilla si quitar la vista del móvil—. Hola, Tina.

    —Buenos días, señora —saluda Tina, sirviéndole un plato con tostadas francesas y huevos revueltos—. ¿El señor bajará a desayunar?

    —Sí, también está discutiendo por el teléfono —rueda los ojos—. Hablando de discutir —se voltea hacia su hija—. Allie, los abuelos vendrán al país durante casi todo el otoño y tendremos que organizar varias fiestas temáticas por las festividades. Ahora que Fanny y Elliot decidieron dedicarse a las bodas, habrá que buscar otra empresa para organizar las fiestas.

    —¿Tenemos? Eso suena a mucha gente. Ya sabes que odio esas estúpidas fiestas temáticas. La única que me gusta es la de Halloween —hace una mueca con los labios, pensándoselo mejor—, excepto por la parte en que debemos hablar con todas esas personas estiradas que la abuela invita —rueda los ojos.

    —Basta con eso. Esas personas estiradas son como nosotros y la empresa rinde frutos gracias a la publicidad y a sus millonarias acciones.

    —No, Maggie dijo que el borrador estaría listo para la próxima semana y que se lo enviaría al editor —Evan Henstridge entra a la cocina arreglándose la corbata, mientras habla por teléfono con el auricular.

    Sonríe y asiente en forma de saludo.

    —No, papá, eso depende de los arreglos que deban hacerle —se acerca a Sarah para pedir ayuda con el nudo de la corbata—. Te enviaré los detalles en cuento me los entreguen. Sí, papá. Ajá, le diré a las chicas —rueda los ojos—. Los abuelos mandan saludos —les dice, depositando un beso tosco en la mejilla de Allie.

Just That Girl: Porque amar nunca fue tan prohibido ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora