Capítulo 7.

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—¿Mis colmillos? —tartamudeé sin dejar de tocarme mis dientes nuevos—. ¿Cómo que mis colmillos?

—Tranquilízate —soltó una carcajada que me dejó confuso—. Es normal, falta poco para la luna llena —se cruzó de brazos y bostezó—. Tu cuerpo está terminando de prepararse —me dedicó una sonrisa risueña.

—¿Voy a tener estos colmillos para siempre? —pregunté preocupado, sin llegar a entender muy bien el por qué de su tranquilidad.

—¿Acaso ves que yo los tenga? —alzó una de sus cejas.

—Como si me hubiera fijado en ellos —mentí, rodando los ojos.

—Pues hazlo ahora —separó sus labios con los dedos y me mostró su dentadura.

—¿Qué haces? —reí al verle.

—Venga —contestó impaciente, chistando con su lengua.

—Está bien —solté un suspiro y contemplé sus dientes, lo cual ya había hecho en más de una ocasión. Para ser justos, cada vez que los enseñaba cuando sonreía—. Tus colmillos son más afilados de lo normal —comenté cuando volví a mirarle a los ojos.

—¿Y qué esperabas? —respondió una vez soltó sus labios—. Soy un chico lobo —carcajeó.

—Quiero que vuelvan a la normalidad... —llevé mi índice hacia uno de mis colmillos inferiores para tocar la punta de este—. Me voy a hacer daño como siga hablando —añadí al pincharme la yema con ella.

—Pues no hables —solucionó Tay mirándome divertido. Yo, al contrario, le maté con la mirada—. Venga, seguro que ya no estarán por la mañana —puso sus manos en mis hombros y fue tumbándome con cuidado hacia atrás.

—¿De verdad? —le miré preocupado, dejándome hacer hasta que mi espalda se pegó al colchón.

—De verdad —asintió con suavidad y me sonrió, manteniendo aún sus manos en mis hombros, y su cuerpo inclinado hacia el mío.

Sin poder evitarlo, me quedé contemplando en silencio sus ojos ámbar, los cuales me observaban con atención a la par que curiosidad. El tenerle tan cerca hacía que, por algún motivo, mi corazón empezase a latir con más velocidad y fuerza, lo cual Tay notó y frunció el ceño justo antes de poner su espalda recta y separarse de mí.

—Buenas noches —tartamudeó inquieto, quitando sus manos de mis hombros para echarse a mi lado en la cama—. Si necesitas algo, no dudes en avisarme —añadió serio, a lo que yo asentí. Sin esperar ni un segundo más, Tay me dio la espalda y apagó la luz de la lámpara de la mesita de noche.

Miré su nuca durante un par de minutos, sintiendo cómo algo estaba mal, pero no llegué a averiguar el qué. Negué un par de veces con mi cabeza, ya que me parecía una estupidez estar pensando en eso, y cerré los ojos para intentar dormir, aunque fuese con mis colmillos nuevos.

Cuando desperté a la mañana siguiente, lo primero que hice fue llevarme las manos a la boca para comprobar si mi dentadura había vuelto a ser normal. Al ver que sí, solté un suspiro de alivio, aunque mis colmillos, al igual que los de Tay, seguían estando más afilados de lo normal. Giré mi cabeza hacia el lado donde se suponía que estaría descansando el moreno y vi que seguía dormido, pero su cuerpo volvía a estar girado al mío. Estaba en posición fetal, con sus manos unidas sobre la almohada
, y una de sus mejillas apoyada en estas. De nuevo, su respiración era calmada y profunda. La podía escuchar a la perfección, y no porque mi oído fuera lobuno, sino porque el oxígeno salía notoriamente de su nariz y, a veces, lo soltaba suavemente por su boca, la cual tenía más hinchada de lo normal al dormir.

LUNA LLENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora