Capítulo 20.

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—Oh, no... —susurré, haciendo que el señor Silver fijara su mirada en mí.

—¿Qué haces con él? —preguntó al volver su cara hacia la de su hijo.

—Papá, puedo explicártelo... —intentó decir Tay.

—Puedes y lo harás —dio un par de pasos hacia nosotros con la ayuda de su bastón—. Pero aquí no, vamos a la reserva —se acercó a mí—. Tú también —me señaló con su índice.

—Sí, señor —asentí con firmeza.

El señor Silver se giró y comenzó a andar para que fuéramos tras él. Miré atemorizado a Tay, y este soltó un suspiro y se encogió de hombros, haciéndome un gesto con la cabeza para que siguiéramos a su padre.

Tras un silencioso e incómodo camino hacia la reserva, a la cual accedimos por un camino escondido que sólo llevaba a la casa de los Silver, Tay y yo nos sentamos en el sofá de su salón mientras su padre fue a la cocina, no sin antes advertirnos que más nos valdría no movernos de allí. Por muy chicos lobo que fuésemos, en aquel momento el único feroz era el señor Silver.

A los pocos minutos, apareció por el salón y, sin decir ni una palabra, se sentó en el sillón frente a nosotros. Cada vez me sentía más incómodo al no entender la situación y el qué iba a pasarnos, tanto a Tay como a mí. En realidad, me daba igual el castigo que me pusieran mientras no significara separarme de él.

Entonces, escuchamos cómo un coche, el cual me sonaba y bastante el motor, aparcaba cerca de la puerta del garaje de los Silver. Extrañado, comencé a olisquear, ya que parecía reconocer el olor de alguien cerca de allí. Menos de un segundo después, pegaron a la puerta. El señor Silver se puso en pie y caminó hasta ella para abrirla.

—Hola, Ken —escuché la voz de mi padre, lo cual hizo que me girase alarmado para mirarle.

—Hola, Mason —respondió a la vez que le dejaba pasar al interior de la casa.

—¿Qué ocurre? Parecías realmente preocupado por teléfono —dijo extrañado a la vez que se acercaba al salón. Nada más me vio, se quedó impresionado a la par que confuso, y frunció el ceño—. ¿Aiden? —tartamudeó sorprendido—. ¿Qué estás haciendo aquí? —anduvo nervioso hasta mí.

—¿Y tú? —alcé la voz, mirándole confuso.

—Ken, ¿qué significa esto? —giró su cabeza hacia el señor Silver.

—Me los he encontrado en el bosque... —se cruzó de brazos y miró a mi padre—. Juntos.

—¿Cómo que juntos? —puso sus brazos en jarra y volvió su mirada a nosotros—. ¿Os conocéis? —nos señaló a cada uno.

—Claro que nos conocemos, estamos en el mismo instituto —respondí aún extrañado por ver a mi padre allí—. ¿Quién no conoce a los Tiwa? —solté una carcajada seca y nerviosa.

—Aiden, déjalo —Tay puso su mano sobre mi brazo, haciendo que le mirase—. Nos han descubierto —se encogió de hombros y sonrió levemente—. Papá, shérif Gold... —se levantó sin soltar mi brazo para obligarme a imitarle—. Sí, somos amigos desde hace tiempo —aferró sus dedos a mi carne—. Y no es sólo eso...

—Tay, ¿qué haces? —murmuré alarmado—. No tienes que decirles nada más —me deshice de su agarre para girarme un poco hacia él.

—Claro que tengo —me miró serio—. No te preocupes, tarde o temprano se iban a enterar —llevó su mano a mi pelo y dio una caricia en él.

—¿De qué? —intervino el señor Silver comenzando a intrigarse y, por los latidos de su corazón, a esperarse lo peor.

Tay y yo nos quedamos mirándonos durante unos segundos hasta que negué suavemente con la cabeza, pero él me dedicó una pequeña sonrisa tranquilizadora y miró a nuestros padres.

LUNA LLENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora