Capítulo 8.

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—Oh, no... —dije nada más ver que, quien emitía el comunicado, era mi padre—. ¿Por qué los lobos? —giré mi cabeza hacia Tay, quien seguía manteniendo su mirada en el exterior.

—Los cazadores... —contestó sin inmutarde apenas—. Ellos saben perfectamente que ha sido un hombre lobo —masculló entre dientes, apretando su mano en un puño.

—¿Y tu tribu? —pregunté, provocando que me mirase alfin.

—Sospechan algo, pero no que fuese yo —soltó un suspiro.

—Y, ¿qué pasará ahora? —me crucé de brazos—. Es decir, ¿los cazadores van a la reserva a empezar la guerra o cómo? —alcé una de mis cejas.

—No, Aiden —negó levemente con la cabeza y se volteó para comenzar a andar, dándome la espalda—. Esto, al igual que la existencia de los hombres lobos, es secreto —se paró una vez llegó a la otra ventana.

—¿Cómo que secreto? —le seguí, mirándole confuso.

—Atacarán en secreto y en silencio —respondió justo antes de abrir la ventana—. Ellos no quieren dialogar más, simplemente acabar con nosotros —se giró para mirarme—. Así que, cuando menos lo esperemos, lo harán —puso sus manos en mis hombros—. ¿Entiendes ahora el por qué no puedo separarme de ti? —clavó sus ojos en los míos.

—Sí —asentí levemente a la vez que se separaba de mí.

—Será mejor que esta noche me quede en casa —comentó a la vez que salía a mi tejado—. Hazlo tú también —me advirtió serio, agachado de cuclillas.

—No me moveré de aquí.

—Bien —me sonrió con ternura—-. Adiós, Aiden —murmuró y, cuando yo me despedí con mi mano, saltó al suelo.

Inhalé una bocanada de aire y la expulsé en un suspiro a la vez que me dejaba caer de espaldas en la cama. Me comencé a sentir realmente agobiado al pensar en lo del cartel. Mi padre, el shérif del pueblo, estaba compinchado con los cazadores para atrapar a un lobo o, mejor dicho, un hombre lobo, aunque él no fuese consciente de ello. Un hombre lobo que, en realidad, era mi amigo y, para más índole, mi Alfa. Faltaba poco para que mi transformación quedase completada, así que también quedaba menos para que los cazadores también pudieran ir tras mi rastro y, con ellos, mi padre.

No sabía qué iba a ser de mí a partir de ese entonces, pero por alguna razón, quien más me preocupaba era Tay, incluso por encima de mi propia seguridad. No quería que nadie, ni su tribu ni los cazadores, supieran que él era el lobo culpable. Tampoco quería que se le juzgara por ello, ya que yo fui el único testigo de que, lo que hizo, fue para salvarme la vida. Una vida que, a partir de entonces, empecé a compartir con él.

Finalmente, llegué a la conclusión de que los cazadores eran como la gente del instituto, es decir, ambos tenían una imagen errónea de Tay Silver. La fama que tenía en el instituto, era de un chico serio, peligroso y agresivo, al igual que eso era lo que pensaban los cazadores sobre los hombres lobo. Seguramente, algunos serían así, pero no Tay. Él era amable, cariñoso, gracioso y, en ocasiones, demasiado protector. No llevaba ni un mes conociéndole, pero tenía un vínculo con él que nadie más, excepto yo, tenía y, por ello, era consciente de que aquella imagen sólo era causada por el pacto de su tribu. Yo era el único conocedor del verdadero Tay.

Un par de horas después en las que terminé el trabajo de literatura, mi padre regresó a casa. Sus horarios tan cambiantes me tenían algo loco, ya que no sabía cuándo iba a estar y cuándo no. Nada más escuché la puerta, el cartel volvió a mi mente. Quería bajar y preguntarle sobre ello, pero aquella iba a ser una reacción bastante rara por mi parte, teniendo en cuenta que seguíamos manteniendo un trato algo distante, pero debía hacerlo.

LUNA LLENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora