Capítulo 12.

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Una vez en el bosque, tras desnudarnos hasta quedarnos en calzoncillos para no romper nuestra ropa, intenté transformarme una y otra vez, pero lejos de lo que yo imaginaba, no fue para nada fácil conseguirlo.

—No lo entiendo, ¿por qué no puedo? —me quejé ya cansado de no lograrlo.

—No desesperes, es normal que te cueste al principio —intentó consolarme Tay, quien estaba apoyado de brazos cruzados en el tronco de un árbol.

—¿Y qué tengo que hacer? —le miré con el ceño fruncido y sin entender cómo no podía tener frío en ropa interior.

—Creo que soy yo el que tiene que hacer algo... —rodó los ojos y deshizo su pose para empezar a caminar hacia mí.

—¿El qué? —alcé una ceja—. Hazlo —ordené sin ni si quiera haberle dado tiempo a responder.

—¿Estás seguro? —sonrió de lado con picardía—. Puede que no te guste —se encogió levemente de hombros.

—Me da igual si con eso me transformo —farfullé, desviando mi mirada de la suya.

—Luego no me culpes, ¿vale? —respondió, haciendo que volviera a mirarle confuso.

—¿Qué? —arrugué mi nariz—. ¿Por qué iba a...? —intenté hablar, pero Tay no me lo permitió, debido al puñetazo que me dio en una de mis mejillas, el cual me hizo girar la cara hacia un lado. Me llevé la mano hacia la zona afectada y clavé mi mirada enfurecida en la suya—. ¿¡Qué demonios haces!? —exclamé, a lo que el moreno soltó una carcajada.

—Te he advertido de que no te iba a gustar —dio un par de pasos hasta que nuestros cuerpos quedaron a tan sólo unos centímetros—. ¿Estás enfadado, Aiden? —murmuró en tono burlón.

—Quiero darte una paliza —gruñí, encerrando mis dedos en un puño.

—Bien —me mostró una sonrisa pequeña y, justo cuando se separó un poco, volvió a golpearme, esa vez en la nariz, provocando que diera un par de pasos hacia atrás—. ¿Y ahora? —añadió, viendo cómo me llevaba una mano a los orificios para comprobar si había salido sangre por ellos.

—Ahora tengo ganas de matarte —mascullé al comprobar que estaba sangrando.

Mi respiración comenzó a acelerarse y, mi sentido común, a nublarse. Quería devolverle los golpes a Tay hasta que me suplicara por que parase. Apreté mis puños con fuerza, notando cómo mi pecho subía y bajaba sin control alguno, al igual que mis encías se iban rompiendo hasta que mis colmillos aparecieron.

—Venga, Aiden... —me llamó Tay con toda la chulería del mundo—. Te estoy esperando —soltó una carcajada burlona, haciendo un gesto con las manos para que me acercase a él.

Entonces, gruñí con rabia y, al ver cómo andaba hacia atrás, eché a correr en su dirección para abalanzarme contra su cuerpo. Pero, en el momento en el que di el salto, sentí cómo algo en mí estaba cambiando. De repente, como si fuese a cámara lenta, el color de los ojos de Tay se intensificaron y, en menos de dos segundos, se convirtió en el lobo plateado. Fue entonces cuando sentí una enorme tensión en mi cuerpo la cual dio paso a mi transformación.

Aterricé sobre Tay y, ambos, caímos al suelo.

«Ya era hora» —vaciló a la vez que yo me quitaba de encima.

«¡Lo conseguí!» —contesté animado, dando una vuelta sobre mí mismo.

«¿Ves como mi método da resultado?» —respondió, provocando que le matase con la mirada—. «No te enfades» —se acercó a mí y alzó una pata delantera para pasarla por mi hocico.

LUNA LLENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora