—¡Aiden, baja ya o llegarás tarde! —exclamó mi padre desde el principio de las escaleras.
—¡Ya voy! —respondí a la vez que salía de mi habitación y me encaminaba hacia estas para bajarlas.
—Te he preparado el desayuno para que te lo comas de camino —dijo nada más aparecí por la cocina—. No me quiero ni imaginar el mal humor de los chicos lobo en ayunas —carcajeó, volteándose hacia mí con una bolsa de papel en la mano.
—No, no quieras —reí a la vez que la cogía.
—¿Te acerco al instituto en coche? —preguntó mientras me terminaba de poner la chaqueta del equipo de fútbol.
—No hace falta, he quedado con Tay al final de la calle —le sonreí y cogí mi mochila del suelo.
—Está bien, tened cuidado —contestó con los brazos en jarra, mirándome cómo agarraba una tostada y le metía un bocado.
—¡Adiós, papá! —respondí con la boca llena, echando a correr hacia la puerta de mi casa, a lo que mi padre sonrió, negando con la cabeza.
Habían pasado unos días en los que seguimos con nuestra vida normal. Tal y como le había dicho a Liam, íbamos a ser unos lobos muy buenos, ya que esa era nuestra parte del plan hasta entonces. Un plan que consistía en dejar a los cazadores expectantes hasta que comenzaran a impacientarse y ponerse nerviosos o, mejor aún, creer que de verdad nos habíamos acobardado y que no íbamos a contratacar. Aunque, sinceramente, nos vino genial esos días de calma, tanto a los Tiwa como a los Gold.
Mi relación con mi padre cada vez iba a mejor, y de ella nació una complicidad que ni si quiera llegué a tener con mi madre. Quizás porque él era cómplice de mi secreto lobuno y, desde que lo descubrió, todo fue mucho más llevadero, sobre todo el que Tay pudiese salir y entrar de mi casa siempre que quisiera sin la necesidad de tener que esconderse.
En cuanto a este, el que pudiéramos disfrutar de la vida como simples personas normales, también hizo que se calmase. Nunca le había visto tan feliz, y eso hacía que yo me sintiera igual. Aunque todos los días no dejara de darle vueltas a que debía confesarle mis sentimientos más sinceros, al final siempre acababa por darme miedo que todo lo que teníamos se estropease. A veces, reconocía que era un pensamiento estúpido, ya que sus besos, caricias y palabras bonitas me demostraban lo contrario, pero también temía que todo eso fuese provocado por nuestra conexión Alfa-Beta. Sabía que debía hacerlo cuanto antes, puesto que ya me arrepentí de no haberlo hecho cuando los cazadores me tuvieron preso, pero cuando estaba con Tay, tan sólo pensaba en estar con él y disfrutar del "aquí y ahora".
—Buenos días —dijo nada más me vio aparecer.
—Buenos días —le sonreí con la misma ilusión que me invadía cada vez que le tenía frente a mí.
—¿Cómo está mi lobito? —puso una mano en mi pelo y me lo alborotó levemente.
—Genial —carcajeé, dejándome hacer—. ¿Quieres? —le ofrecí uno de los dos croissants que mi padre me había echado en la bolsa.
—La duda ofende —alzó una de sus cejas y lo cogió.
—¿Tú tampoco has desayunado? —pregunté una vez comenzamos a caminar mientras Tay devoraba el dulce.
—Sí que lo he hecho, ¿por qué? —me miró con el ceño fruncido y la boca llena.
—No, nada... —rodé los ojos y reí—. Será mejor que nos demos prisa —agarré su brazo y tiré de él para que comenzásemos a correr, provocando que Tay casi se atragantase.
La vida en el instituto también cambió. Algunas personas seguían sin acostumbrarse a que yo me relacionase con Tay y el resto de los Tiwa y, otras, ya lo veían como algo normal e incluso me envidiaban por ello. Claro que, por lo que ellos me envidiaban, era por ser parte del grupo más respetado de todo el instituto, y no por estar rodeado de las mejores personas de todo Dark Hills.
ESTÁS LEYENDO
LUNA LLENA
Werewolf{boyslove} La llegada de Aiden Gold a su pueblo natal, Dark Hills, supondrá un cambio radical en su vida. A pesar de que pensaba que el tener que vivir de nuevo con su padre, al cual no veía desde hacía diez años, iba a ser una pesadilla, su realida...