Capítulo 10.

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—Hombres lobo... —respondí, sin quitar mi pupila de la suya, a lo que Tim asintió—. En Dark Hills... —endurecí el tono de mi voz, fruto del nerviosismo que mi cuerpo estaba empezando a sentir.

—Así es —volvió a asentir, esa vez con más firmeza.

—Eso es imposible —me eché a reír—. Hombres lobo aquí... —negué con la cabeza mientras me dejaba caer en el respaldo de la silla.

—Te dije que no te burlaras —contestó molesto, matándome con la mirada a la vez que me lanzaba un lápiz a la cara.

—¿Cómo no iba a hacerlo? —carcajeé, regresándoselo de vuelta—. Los hombres lobo no existen —añadí, cruzándome de brazos. Acababa de negar mi propia existencia y la de Tay.

—Tú no lo entiendes porque llevas muy poco viviendo aquí... —se puso en pie, haciendo que le mirase confuso—. Pero casi todos los habitantes de Dark Hills tenemos alguna historia sobre ello —se volteó y comenzó a andar hacia una de las estanterías de libros que teníamos al lado.

Le seguí con la mirada, viendo cómo buscaba uno y, al cabo de un par de minutos, regresó a la mesa, dejando un libro bastante grueso en ella.

—¿Qué es? —intenté cogerlo, pero Tim me lo impidió dándome un manotazo.

—Este libro recoge cientos de avistamientos de hombres lobo en Dark Hills —rodeó la mesa para sentarse a mi lado y abrió el libro—. Son las historias de cada una de las personas que han sido testigo de su existencia —comentó mientras pasaba de página en página.

—¿Cómo sabes que esto no ha sido inventado por alguien? —fruncí el ceño.

—Porque este relato es de mi abuelo —contestó una vez encontró la página y me señaló un párrafo—. ¿Quieres que te lo cuente? —me miró con una ceja alzada.

—¿Por qué no? —me encogí de hombros y sonreí pícaramente, rozando la burla, provocando que Tim rodase los ojos.

—Un día, el hermano de mi abuelo le dijo que vendría a pasar las navidades, ya que él estaba estudiando en la ciudad... —se giró en la silla, mirando hacia mí—. Quedaron a una hora en la taberna del viejo Joe, pero al ver que su hermano llevaba más de una hora de retraso, mi abuelo decidió ir a buscarle por si le había pasado algo —lo contaba tan serio que me vi en la obligación de dejar de fingir que no me creía nada de aquello—. Ya sabes, no existían los móviles —carcajeó.

—Lo tenía en cuenta —me coloqué igual que él en la silla, con mi cuerpo girado al suyo.

—Mi abuelo condujo por las oscuras y solitarias carreteras que hay al principio del pueblo, esas que están pegadas al bosque... —hizo una breve pausa hasta que yo asentí, confirmándole que estaba situado—. De repente, escuchó un ruido que provenía de entre los árboles. Extrañado, paró el coche y se bajó de él. Fue entonces cuando escuchó los gritos de socorro de su hermano —cada vez le ponía más emoción a su voz—. Sin dudarlo si quiera, se adentró en el bosque y corrió hasta que encontró su coche, al cual se le había pinchazo una rueda.

—¿Qué hacía en el bosque? —pregunté intrigado.

—Al parecer, había cogido el camino que no era —se rascó la frente y suspiró—. Bueno, la cosa es que mi abuelo le dijo que fueran juntos a su coche y que regresaran en él, ya que tenía una rueda de repuesto. Pero, justo cuando se iban a dar la vuelta, escucharon un aullido. Asustados, echaron a correr, pero mi abuelo miró atrás para comprobar si algún animal les seguía...

—¿Y vio al lobo? —alcé mis cejas.

—Mejor aún —abrió sus ojos, como si él mismo estuviese sorprendido—. Avistó a uno más grande de lo normal...

LUNA LLENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora