Capítulo 6.

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Habían pasado dos semanas desde la noche de la fiesta en el pub. Dos semanas en las que pareció que mi vida había vuelto a la normalidad, exceptuando que mis sentidos seguían estando desarrollados, pero cada vez me acostumbraba a ellos y a controlarlos.

Mi vida consistía en ir al instituto, atender en clase, pasar mis ratos libres y almuerzos con Tim, y por las tardes estudiar en casa. A esta rutina se había añadido Jane, quien se unía a nosotros algunos días en los almuerzos. Aún no sabía mucho de ella, pero cada vez me caía mejor, al igual que a Tim. En ocasiones, pensaba que a este le estaba empezando a gustar la chica, pero no estaba del todo seguro, ya que todavía no me había mencionado nada sobre ese tema. Mi amistad con él cada vez se estrechaba más. Como bien le había prometido, no le iba a dejar de lado por nada ni por nadie, aunque Liam Dallas, el capitán del equipo de fútbol, de vez en cuando siguiera insistiéndome en unirme al equipo. De verdad que quería hacerlo, puesto que estaba deseando poner en práctica mi recién adquiridos reflejos, fuerza y velocidad, pero una parte de mí me lo impedía. Una parte que, irremediablemente, obedecía a Tay Silver.

En cuanto a este, no volvimos a dirigirnos la palabra desde la discusión que tuvimos. A veces nos cruzábamos por los pasillos y, obviamente, todos los días coincidíamos en el comedor y, aunque yo intentara que nuestras miradas no se encontrasen, podía notar cómo la de él se fijaba de vez en cuando en mí. Las pocas veces que nuestros ojos se clavaron los unos en los otros, pude ver cómo los suyos seguían frágiles. Había momentos en los que me sentía realmente mal por todo lo que le dije aquella noche, pero al fin estaba empezando a disfrutar mi estancia en Dark Hills o, al menos, en el instituto, así que decidí dejar las cosas tal y como estaban.

Mi relación con mi padre, aunque no fuese a mejor, sí que era menos tensa, ya que ambos nos acostumbramos a la presencia del otro, sobre todo yo.

Era sábado y, justo cuando terminé de desayunar cuatro tazones seguidos de cereales, ya que mi hambre seguía igual de intensa, el teléfono de mi casa sonó.

—Casa de los Gold, ¿quién llama? —pregunté nada más descolgué y me llevé el auricular a la oreja.

Aiden, soy yo —contestó mi padre al otro lado de la línea—. Necesito que me hagas un favor—carraspeó nervioso—. Es importante, si no, sabes que no te lo pediría.

—¿Qué es? —respondí extrañado.

¿Me podrías traer a la comisaría unos informes que me he dejado sobre la cama?

—Está bien —asentí levemente, aunque no me estuviese viendo—. ¿Cuándo los necesitas?

—Lo antes posible, si es que no tienes nada que hacer...

—Vale, me cambio de ropa y voy —fruncí el ceño—. Aunque no tengo muy claro dónde está la comisaría.

—Si te pierdes, pregúntale a cualquier persona, te dirán la dirección.

—Ahora te los llevo entonces.

Gracias —tras unos segundos esperando cualquier tipo de respuesta por mi parte, colgó.

Una vez me quité el chándal y me puse algo más decente, fui hasta la habitación de mi padre, en la cual aún no había ni entrado desde que vivía allí. Abrí la puerta y, con la mirada, localicé el montón de papeles que, tal y como me había dicho, estaban sobre la cama. Me acerqué a esta y, cuando fui a cogerlos, olisqueé un aroma familiar. Me giré hacia la cómoda, que parecía que era de donde provenía dicho olor, y comprobé que, encima de esta, había un par de botes de perfume de mujer. Extrañado, cogí uno de ellos, ya que me era el más familiar y, cuando me concentré en inhalar su aroma, lo solté rápidamente en su sitio. Era el olor característico de mi madre. Abrí mis ojos sorprendido y di un par de pasos hacia atrás hasta que mis piernas chocaron con el colchón y caí sentado sobre él.

LUNA LLENADonde viven las historias. Descúbrelo ahora