Eva:
Había llegado el jodido domingo, no había un día en la semana peor que ese. Mis padres me obligaban a ir a misa a escuchar al viejo que se plantaba en un altar durante una hora a predicar barbaridades. Me senté en mi escritorio aprovechando los últimos minutos para escribir en un papel ideas para hacer durante misa: hacerme trenzas, estudiar para el examen de biología y dar un paseo por la iglesia, se encontraban entre las actividades que podía hacer.
Era una loca organizadora, no había excusa. Metí el diminuto papel en mi chaqueta acompañado de mis manos. Mis padres me estaban esperando abajo abrigándose el doble de lo que yo lo había hecho. Aunque fuera febrero, no hacía nada de frío hoy.
— A mí no me parece que esa sea la ropa adecuada para ir a misa, pero vamos, lo que tú veas, siempre la misma historia contigo Eva— expresó mi madre en alto.
Evité decir la tontería que tenía en la punta de la lengua y salí de casa esperándoles ahora yo a ellos. El camino a la iglesia se me hizo eterno y conforme nos íbamos acercando, la anterior tanda de personas que entró a misa iban saliendo. De todos los que salían tenía la certeza de que pocos me caerían bien. Este sitio es el verdadero infierno, ironía ¿no?
Llegamos de los más tempranos con lo cual elegimos con libertad donde queríamos sentarnos. Como siempre, eligieron sentarse al fondo del todo aún después de discutir con ellos que me quería sentar delante por la simple, pero justa razón de reírme de la cara de estreñido que tenía el cura. Una familia de cinco se sentó en el banco de enfrente y justo el más alto se puso delante mía, ya no vería la cara del cura ni en sueños. Mierda, lo único entretenido de esta hora ahora me lo tapaba una cabellera rubia oscura.
Un buen rato pasó cuando por fin los tres primeros puntos de mi pequeño papel ya los había completado y lo siguiente era salir a dar un paseo por la iglesia.
— Que la paz esté con vosotros
— Daos fraternalmente la paz
Mis padres se dieron un suave beso y yo me limité a apretarme como una salchicha cuando me rodearon entre sus brazos. La familia de delante se giró excepto el chaval que estaba enfrente de mí. Los padres nos dieron la mano a cada uno con alegría y la pequeña bebé que estaba tumbada en el carrito se puso a llorar al instante, todos se giraron a contemplarla y la mujer, que era la que más cerca estaba de ella la cogió en sus brazos intentando calmarla. El hombre, todavía girado hacia nosotros le pegó un codazo a su hijo que se dio la vuelta con un resoplido acompañado y con la voz más convincente que pudo, nos dio la mano a todos. Su pelo de longitud media le caía a ambos lados de su cara dejando al descubierto sus pequeños ojos grises, sus pestañas eran largas y casi rozaban sus cejas definidas tan solo unos tonos más oscuras que su pelo; una de ellas estaba adornada con un piercing de plata al final casi imperceptible. Sus labios rosados y carnosos hicieron una mueca de disgusto, a él tampoco le apetecía estar ahí. Su hermana, que parecía un poco más pequeña que él, intentó compensar su acto doblegando su sonrisa y le sonreí de vuelta.
— Mamá, voy a salir a confesarme— mentí.
— ¿Qué?— preguntó, aunque tenía claro que lo había escuchado.
—Que voy a salir a confesarme— volví a repetir.
— Bueno, no tardes— respondió ella sorprendida.
No sabía cómo se había tragado aquello, pero por si acaso se lo pensaba dos veces decidí salir de ahí rápido. Noté como unos ojos curiosos se posaban en mí.
La iglesia era bastante bonita, una pena que todo este oro se pudiera donar a otra gente más necesitada. Decidí sentarme en un banco de una sala completamente diferente y criticar a cada uno de los presentes en la iglesia, incluida mi familia, hasta que fuera la hora de salir. La señora a mi izquierda observó con desaprobación la falda que me había puesto y para joderla me la subí un poco más hasta que casi todo mi muslo quedó al descubierto. La miré asqueada, como si su conjunto de pieles fuera mucho mejor que lo mío. Se sorprendió ante mi acción y volvió a posar la mirada en el cura posiblemente rezando un ave maría a sus adentros. Me dediqué a criticar a un par de calvos que vi por ahí y a cuatro señoras que no paraban de mover sus cosas de sitio y me estaban poniendo nerviosa hasta a mí que estaba a la distancia. Cuando por fin el cura nos dio su bendición busqué a mis padres para salir de ahí cagando leches. Una multitud se agolpaba contra la puerta con ganas de salir y no los judgaba, esperé pacientemente a que salieran todos y acto seguido mi cuerpo salió solo del edificio.
Mi mirada buscó a mis padres por el exterior del edificio. Admito que hubo un momento en el que pensé que se habían olvidado de mí, pero no, ahí estaban, justo detrás de la valla esperándome. Me recoloqué el pelo a un lado y fui esquivando a la gente para llegar, pero a escasos metros de mi destino un cuerpo con olor a vainilla se interpuso entre la valla y yo.
—Eh...¿Te quitas?—pregunté frenándome en seco ante el chico de la iglesia.
—Te relajas, solo he venido a darte un papel que se te había caído, cortesía del momento—contestó sacudiendo la cabeza.
Me entregó el papel donde tenía toda la planificación de la iglesia escrita, se me habría debido caer al sacar la mano del bolsillo. Habrá pensado que soy una psicópata escribiendo eso pero me la suda. Lo metí rápidamente de nuevo en mi bolsillo y levanté la cabeza para agradecérselo, pero ya se había ido.
Nota de la autora:
Holaaa, si has leído hasta aquí sinceramente te amo.
Adiossss, besitos de parte de Daphne.
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Heridas
RomanceRaquel es una chica que tuvo que construir una coraza alrededor de su corazón para que nadie más pudiera tirar piedras sobre él. Samuel es un chico que tuvo que convertirse en un hombre mucho antes de lo que debería haberlo hecho y que supo manejar...