38: Salvar a la Wangfei.

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Para cuando el carruaje llegó a la ya conocida entrada del palacio, ni un solo sonido venía de su interior. No había gritos, ni sollozos, ni señales de que había alguien en el interior. Todo estaba en silencio.

La garganta del príncipe ardía luego de haber gritado por tanto tiempo, pero a él no podía importarle menos. Comparado con el dolor en su pecho, aquel ligero ardor era insignificante. Por más que su cuerpo sufriera, todo lo que él sentía era un vago adormecimiento en sus miembros al compararlo con el dolor de ver el estado de su amado.

¿Cuánto más podría soportar antes de romperse? ¿No podría el príncipe volver a respirar nunca? ¿O era su destino ser inútil frente al sufrimiento de quién amaba?

En sus pensamientos, él era tan culpable como el cruel hombre que había golpeado a Shen Lian. Cuando su esposa fue herida, él no había hecho nada para detenerlo. Sólo observó cómo lastimaban a la persona que más quería.

Antes de hundirse más en su propio sufrimiento, Mo Yang se dió cuenta de dónde se encontraban. El palacio, que siempre le había parecido un hogar, ahora se sentía como algo vacío.

A sus oídos llegaron voces familiares. El emperador, Zhao Yuan y el médico venían hacia ellos, todos portando la misma expresión de pánico y preocupación.

El cuerpo de Shen Lian yacía inmóvil entre sus brazos, todavía cálido, pero perdiendo su temperatura con cada segundo que pasaba. Sus mejillas, sonrojadas como siempre, también empezaban a palidecer. La vida parecía escaparse de Shen Lian a medida que el tiempo avanzaba a su alrededor.

Mo Yang vio los rostros de sus conocidos frente, y vio sus labios moviéndose como si estuvieran hablando. Sin embargo no comprendió ninguno de los sonidos que hacían. No entendía. No podía, con su atención centrada en el bello muchacho sobre su regazo.

Acarició su rostro con delicadeza, sintiendo la piel bajo sus dedos tan suave como el filo de una espada. Sin imperfecciones.

—¡Mo Yang!

Al oír la voz de su tío, el príncipe recobró la consciencia. Fue como si algo dentro de su mente finalmente iniciara.

Alternando la mirada, Mo Yang encontró el rostro de Antoine, teñido por el temor. Una leve chispa de esperanza se encendió en su pecho, llenándolo de una nueva emoción.

—¿Puedes curarlo?— preguntó Mo Yang, ojos fijos en el médico.

—No lo sé— murmuró él médico, de repente con un acento pronunciado— ¿Qué le sucedió?

—Una vara de madera golpeó su estómago.

El rostro del médico se oscureció aún más.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Poco.

—Creo que puedo ayudarlo— dijo el médico— Pero tiene que soltarlo, Alteza.

—No.

—Solo mientras lo curo. Debe soltarlo.

—Bien.

A regañadientes, y de la manera más lenta que le fue posible, Mo Yang le entregó el cuerpo ensangrentado de su esposa al médico. La necesidad de mantenerlo cerca era grande, pero no dejaría que nublara su juicio.

Antoine no perdió el tiempo, y salió corriendo hasta una habitación donde podría curar a Shen Lian. Los conocimientos médicos que había acumulado a lo largo de su vida pasaron como un destello frente a sus ojos, desesperadamente buscando la manera de salvar al joven Shen y a su bebé. Cualquier otro se habría rendido tras ver la enorme cantidad de sangre goteando por sus piernas, pero Antoine había llegado a sentir cierto afecto hacia el pequeño Shen Lian.

La esposa del soberano. (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora