—... Y por último, no debes abandonar el palacio por tu cuenta— terminó de recitar el consejero real, ante la muy poco entretenida mirada de Shen Lian.
El consejero Xin tampoco estaba feliz de ser asignado como el niñero de Shen Lian, pero en realidad no tenía opción. El emperador le había ordenado cuidar a la futura esposa del príncipe y enseñarle todo lo que no había tenido oportunidad de aprender mientras vivía en el campo.
Para los nobles y sirvientes del palacio era información básica, pero para Shen Lian, alguien que jamás había estado en contacto con otros, toda esa información le parecía innecesaria. ¿Qué tan importante podría ser la vida de la familia imperial como para que él tuviera que estudiarla? ¿Y por qué había tantos rangos diferentes en la nobleza? ¿Qué acaso no podían todos conformarse con estar al mismo nivel?
Cuando le preguntó eso al consejero, la respuesta que recibió fue un golpe en la cabeza con un bastón de bambú. No fue tan fuerte como para herirlo, pero sí hizo que se sintiera pequeño otra vez. Estaba en un lugar completamente diferente a la cabaña de su madre; allí no podía pensar sin ser evaluado de cerca.
Shen Lian extrañaba a su madre. Extrañaba sentir sus cálidas y suaves manos acariciarle el cabello cada noche antes de dormir. Extrañaba por su dulce, aunque desgastada, voz cantándole canciones sobre el amor. Extrañaba comer lo que cocinaba con entusiasmo, sólo para ver la expresión alegre en sus arrugadas facciones. Ver su sonrisa, abrazarla, incluso mirarla era algo que deseaba hacer de nuevo. Sólo una vez más. No quería recordarla como una mujer enferma postrada en cama. No, él quería recordar a la amable mujer que lo amó a pesar de que no los unía la sangre. Una simple sirvienta, que le brindó más felicidad que toda su familia.
Shen Lian era muy inteligente. Él simplemente prefería fingir que no sabía lo que pasaba la mayor parte del tiempo. Pero él siempre supo que Wen Yanli no era su madre. Al menos no de sangre, porque él siempre la recordaría como tal.
Ella lo sabía. Sabía que Shen Lian se daba cuenta de lo diferentes que eran, pero tampoco lo mencionó. No había necesidad de hacerlo cuando sólo existían ellos y su cabaña. Sólo Shen Lian y Wen Yanli. Un hijo y su anciana madre.
En el palacio no había nadie que le brindara tanta calidez como lo hacía su madre, todos eran fríos y reservados. Incluso su Zhao Yuan trataba de ser su amigo, no se sentía tan real como el afecto que compartía con su madre. Nadie...
—¡Shen Lian!— lo reprendió el consejero Xin enojado.
La voz del consejero cargaba tanto enojo que Shen Lian se preocupó por la salud del viejo hombre, sobre todo al observar la vena que pulsaba en su frente. Cómo era un alma gentil, decidió que le prestaría atención al consejero para aliviar su tensión. No quería que el hombre se enfermara debido a su falta de atención, así que alejó todos los pensamientos que se acumulaban en su mente y se concentró en la lección.
No aprendió absolutamente nada durante esas dos horas.
En defensa del tierno protagonista, él sí trató de memorizar lo que el consejero Xin decía. Trató. Shen Lian se dió cuenta de un fenómeno que catalogó como extraño. Cuando el consejero Xin abría la boca, era como si todo el interés de Shen Lian se esfumara. Y mientras más palabras salían de sus labios, menos atención le prestaba el joven.
Sinceramente Shen Lian ni siquiera se percató de cuando el consejero Xin salió de la habitación. Sólo fue consciente de ello tras oír cómo azotaba la puerta y gritaba obscenidades.
—¡Ese mocoso es tan inteligente como una mula! ¡Tuvo el descaro de ignorarme! ¡Ese pequeño...!— Shen Lian no logró escuchar más, y estaba agradecido por ello.
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La esposa del soberano. (BL)
CasualeShen Lian, primogénito de la noble familia Shen, fue criado en el campo junto a la sirvienta preferida de su padre. Ella lo crió como a su propio hijo, brindándole el amor y cariño en el que su familia jamás se interesó. Con el paso del tiempo, él e...