Capítulo XV: Batalla de Inmortales

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Por suerte para todos se había llegado a un acuerdo: si San Gabriel lograba ganarle a los dioses nórdicos presentes en la escena, estos dejarían que él y las tres diosas se marcharan en paz. Pero de perder, sería San Gabriel quien sufriría las consecuencias en vez de Brigit, Morrigan y Wadjet. A pesar del peligro y lo difícil que parecía, el mismo arcángel mensajero aceptó sin dudar.

Las Batallas de Inmortales era una tradición en todos los Panteones, en la que cualquier disputa se resolvía con un combate especial entre inmortales; los principales organizadores podían luchar solos o con ayuda de compañeros de su propio Panteón, aunque también tenían la libertad de solicitar la ayuda de inmortales de otros Panteones, siempre y cuando se les pudiera pagar de algún modo (en el caso de que piden algo a cambio de prestar su ayuda).

Es por eso que este tipo de combates tienden a ser torneos o batallas campales, muy similares a los organizados en los coliseos o torneos de artes marciales. No obstante en este caso San Gabriel lucharía sin ayuda de sus hermanos, o algún conocido/amigo suyo de otro Panteón (como Sun Wukong o Loki), ya que fue la condición principal para aceptar resolver el conflicto por medio de ese combate; aunque de todos modos el arcángel mensajero no tenía pensado luchar con ayuda, ya que consideraba la situación tan personal que no quería involucrar a nadie más.

Por ello, tras acordar la lucha y las reglas, todos los inmortales presentes fueron a una zona rocosa del Territorio Nórdico —muy lejos de las aldeas humanas— rodeada de algunas montañas y colinas boscosas. Sin embargo no había tantos árboles en el área ni había animales cerca. Por lo que era un lugar ideal para construir un asentamiento, o comenzar una batalla de proporciones inimaginables.

Brigit, Morrigan y Wadjet estaban junto a Freyja y las Valquirias en la cima de una colina cercana, sentadas en diferentes sillas de madera, las cuales salieron como raíces de la tierra por magia de la mencionada diosa Vanir. Pese a que las tres diosas y las Valquirias no estaban para nada felices de estar cerca, no tenían más opción que ver el combate desde allí. Y no eran las únicas con ese propósito.

En una colina opuesta se encontraban Odín y el resto de los Æsirs, todos sentados también en sillas de piedra, observando el centro del área, donde se hallaban el Ángel de la Divinidad y el Dios Nórdico del Rayo, parados frente a frente y separados por veinte pasos lejos del otro, preparándose para pelear.

—Ustedes ya no lucen muy preocupadas por su ninfa masculina —le dijo Freyja de un modo burlón a las tres diosas compañeras del arcángel, quienes parecían muy tranquilas.

—Se equivoca Señora Freyja —decía Brigit notándose un poco nerviosa por la situación, y molesta por tener que dirigirle la palabra a la diosa Vanir—. Claro que estábamos preocupadas en un principio cuando él dijo que desafiaría a todos al mismo tiempo. Pero...

—Pero ahora solo sentimos lastima por Thor ¡Je, je, je! —prosiguió Morrigan riéndose como una cruel y carismática villana.

—Así es. No tienen ni idea de lo que les espera. ¡Ja, ja, ja! —comentó Wadjet bastante divertida y cruzada de brazos, denotando su característico desbordante orgullo.

Aquellas respuestas dejaron muy confundida a Freyja y a las demás Valquirias, por lo que solo volvieron a prestar atención a la inminente lucha, para ver y entender lo que se refería el trío de diosas. Y no iban a tardar en saberlo, porque la lucha estaba por iniciar.

—Supongo que usaras tu martillo llamado Mjolnir —comento San Gabriel mientras flexionaba los hombros.

—Supones bien estrella habladora ¡Ja, ja, ja! —contestó Thor con gran regocijo y alza en su mano derecha su famoso e imponente martillo—. ¡Contempla el arma definitiva de Asgard, capaz de hacer temblar todos los reinos! ¡Forjado durante meses por los enanos de Svartalfheim y bañado en sangre de gigantes! ¡El Mjolnir!

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