Relato IV: El Terror de Zeus

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[Monte Olimpo: Salón del Trono]

Después de la batalla entre el poderoso Rudra y el perverso Zeus que se llevó a cabo siglos atrás, el Monte Olimpo pasó una parte de ese transcurso de tiempo siendo reparada; para una civilización mortal el reconstruir semejante daño habría tomado al menos un milenio, pero para los inmortales de ese Panteón solo fue menos de cinco siglos. De modo que el Salón del Trono estaba como nueva, y en el trono principal se encontraba Zeus de nuevo en su forma de anciano, pero con horribles cicatrices visibles en su rostro, pecho y brazos; eran un recuerdo permanente de su brutal humillación a manos del Rey Tigre.

En el segundo trono yacía sentada Hera, cruzada de brazos con una sonrisa divertida y aguantando las ganas de reírse por ver las cicatrices de Zeus, las cuales le marcaban como un ser que puede sufrir heridas, y por ende es capaz de morir, lo cual a su vez es considerado blasfemia tanto para los adoradores de Zeus como para los propios dioses occidentales; todos los humanos que le conocían lo consideraban un ser absoluto que está por encima de todo, por lo que nada puede dañarlo ni matarlo, y quien dijera lo contrario era tachado de ignorante o blasfemo.

Por otro lado, aparte de los guardias que había alrededor del salón también se encontraban Ares, Apollo, Hermes, Poseidón y alguien nuevo; un hombre joven, rubio y bastante corpulento que aparentaba estar cerca de los veinte años, de estatura un poco más baja que los demás inmortales griegos, piel bronceada, ojos azules, cabello recortado y llevaba solo una falda de cuero marrón con tela roja, además de llevar sandalias, por lo que tenía el torso descubierto. Aparte llevaba un martillos colgando en ambos lados de su cintura.

Era el Dios Griego del Fuego y la Herrería, Hefesto.

—Padre he cumplido con lo que ordenó —dijo Hermes apareciendo en la sala con un pergamino en mano, e inclinándose frente al Supremo Dios griego—. Los filósofos y escultores humanos que lo han descrito con cicatrices y han relatado vuestra derrota a manos de Rudra, han sido ejecutados y borrados de la memoria histórica, y en su lugar hemos puesto a un humano llamado Aldebaran, cuya mente fue lavada y ahora solo vive para idolatrarte. Así que solo te glorificara describiéndote como un majestuoso dios que no puede ser dañado, y que está por encima de todos los dioses y conceptos del cosmos.

—¿Pero qué hay de las malditas bestias? Ellos aun saben la verdad, en especial los de tierras extranjeras —dijo Ares con molestia, estando parado en un rincón cerca del trono de su padre.

—Los humanos jamás escucharan la palabra de cualquier repugnante criatura no-humana, ni mucho menos la de seres inferiores como los que pertenecen a las tierras africanas y asiáticas —dijo Zeus con tono divertido—. Para ellos la única "verdad universal" será la palabra de los griegos y de los que me idolatren. Así de ignorante y estúpida es la mente humana. No por nada son los mortales más estúpidos de todos.

—Y podrían estar todos con la mente lavada y sometidos a nuestra voluntad, si ese maldito animal indio no se hubiera interpuesto en nuestro camino —dijo Ares apretando los puños con ira, al recordar su humillante derrota ante el imparable Dios de las Bestias.

—Tienes razón, y por eso pienso tener mi revancha contra él —dijo Zeus frunciendo el ceño, y pasando de un estado de felicidad perversa a uno de odio puro.

—Tuviste suerte de que Hades le haya pedido que no te matara, o de lo contrario ahora mismo estarías siendo servido en una hoya en el Naraka para ser comido por demonios Rakshasas. Además después de esa batalla Rudra ha vuelto a evolucionar. Pelear contra él, es como pelear contra la misma evolución, y nada puede detener a la evolución, ni siquiera nosotros los dioses —decía Hera con una sonrisa divertida, disfrutando cuan humillado estaba su marido desde esa batalla—. ¿Cómo esperas derrotarlo sí ni siquiera pudiste vencer a ese humano llamado Adán cuando visitaste el Paraíso para pedir la revancha contra Rudra?

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